viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

A los presidentes, ex presidentes y hasta a los políticos con un poquito de autoridad no les gusta que los cuestionen. El poder se sube rápido a la cabeza y no se les ocurre que pueden estar equivocados o que los obliguen a rendir cuentas. A veces dividen el mundo entre leales y traidores, y suelen pensar en intentos para derrocarlos o hacerlos ver mal. Lo sufren por igual los presidentes de Estados Unidos y México, Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, que el ex presidente boliviano Evo Morales.

La razón de su enojo suelen ser los periodistas independientes. Pero no es nada personal. Gracias al internet y a las redes sociales ya quedan pocos gobiernos sobre la tierra que pueden censurar e imponer sus contenidos sobre la población. Así que cuestionar a los poderosos es lo normal. Más que nunca. Ojalá se vayan acostumbrando.

Esto me recuerda una reciente entrevista a Evo Morales en la Ciudad de México. Evo se veía molesto. El periodista de la BBC -una gran institución con una reputación de integridad y credibilidad- lo estaba cuestionando y, claramente, no le gustaban las preguntas: “¿Cómo se define usted en este momento: presidente, ex presidente, presidente depuesto, asilado político?… ¿Usted reconoce que hubo irregularidades (en las elecciones del 20 de octubre)?… ¿Usted no cometió ningún error?… Usted ha dicho en el pasado que quien se va de Bolivia es un ‘delincuente confeso’… ¿Por qué no se fue a Venezuela en lugar de venir a México?… ¿Tiene fecha para regresar a Bolivia?”.

Pero, en lugar de contestar las preguntas, Evo decidió criticar y descalificar al periodista, Gerardo Lissardy: “No quiero pensar que usted parece representante de la derecha boliviana… Yo diría, por más que seas mi enemigo ideológico y político, jamás querría verte muerto… Con usted no es una entrevista, es un debate ideológico”. Y luego, en un momento surrealista y ridículo, Evo acusó al periodista de estar recibiendo las preguntas por su teléfono celular. “Te están dictando para que preguntes. Yo conozco a esa clase de periodistas. Le están dictando qué van a preguntar”, le dijo Evo. A lo que Lissardy, sorprendido, tuvo que explicarle: “No, nadie me está dictando. Está en modo avión el teléfono. No está conectado con nada. Estas son mis preguntas que tengo escritas aquí”. ¿Acaso nunca se le ocurrió a Evo Morales que hay preguntas legítimas sobre sus 14 años en el poder?

Al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, tampoco le gusta que lo cuestionen. Cuando la periodista española Silvia Chocarro le preguntó en una de sus conferencias de prensa si se comprometía a “usar un lenguaje que no estigmatice a los periodistas y al periodismo”, AMLO contestó que él quería estigmatizar a la corrupción “no a los periodistas” y que siempre actuaba “con respeto a todos”. (Excepto, claro, cuando llama a los reporteros “prensa fifí”, cuando los acusa de ser conservadores, de buscar lo podrido y de sacar las cosas de contexto).

“Le muerden la mano al que les quitó el bozal”, también dijo AMLO sobre los periodistas. Sin entender que hay muchos muertos en México, que es uno de los países del mundo más peligrosos para ejercer el periodismo, que la titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos fue elegida con dudas, que la economía se atora y que el trabajo de los reporteros es obligarlo a rendir cuentas, no apoyar su proyecto de la “cuarta transformación”.

Pero, sin duda, el mandatario que tiene la piel más delgada en su trato con los periodistas independientes es Donald Trump. Él ha popularizado el término fake news y lo aplica a cualquier información o reportero que no le guste. Trump tiene una autoimagen tan desproporcionada que en una ocasión, en una de sus frecuentes sesiones públicas para hablar de él mismo, se describió como un “genio muy estable”. Alguien así nunca va a aceptar que un periodista lo cuestione.

La naturaleza misma del periodismo es cuestionar. A veces, claro, da la impresión de que se trata de una confrontación y hasta de oposición política. Pero ese es nuestro trabajo: hacer preguntas difíciles a figuras públicas. No es nada personal. Lástima que Evo, AMLO y Trump no lo entiendan así.

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