jueves 28 marzo 2024

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por etcétera

Dos peligros graves acechan al presidente electo, y por supuesto que ninguno de los dos es el complot “golpista” que el siempre muy imaginativo Epigmenio Ibarra asegura en sus redes sociales que le están armando al tabasqueño, en este larguísimo proceso de transición, las televisoras, los empresarios, el PRI, el PAN y los altos mandos militares.

Creo en todo caso, que posiciones como la del productor de “Nada personal” y “Mirada de mujer” y la de algunos periodistas que como él se han declarado abiertamente “cruzados” de la Cuarta Transformación, confirman una vertiente de aquel par de temas que, esos sí, pueden propiciar daños irreversibles para el proyecto que encabeza López Obrador, asuntos que nadie en el entorno cercano de Andrés Manuel parecen estar siquiera viendo o dimensionando.

Pensar que las críticas que recibe el de Macuspana mientras pasa lento el tiempo para asumir la presidencia, es una acción orquestada del “viejo régimen” para “golpear las aspiraciones colectivas de cambio”, y no una respuesta natural a posiciones públicas del propio presidente electo o de los que van a hacer sus colaboradores, es una forma de negación y de ideologización de la realidad. Ceguera política, burda, ignorante, bastante parecida a la que causó el derrumbe de otro aspirante a transformador, Enrique Peña Nieto, tan empecinado en pasar a la historia con sus reformas estructurales, que para sacarlas adelante entregó el manejo del gobierno a ineptos y ambiciosos como Miguel Osorio y Luis Videgaray, dos personajes que terminaron hundiéndolo.

Si alguna explicación existe en el clima adverso que se está creando sobre la futura presidencia de Andrés Manuel, habría que buscarla no en el deslavado argumento del complot, sino en situaciones concretas frente a las cuales, incluso los más entusiastas del cambio, lo mismo empresarios que periodistas y gente de a pie, se miran hoy por decir lo menos, sorprendidos.

Jean-François Paul de Gondi, conocido como El Cardenal de Retz, creía que “En un ministro  resulta bastante peor decir tonterías que hacerlas”. Lo dijo en el siglo XVI, en tiempos en los que las tonterías de los políticos no viajaban a la velocidad de internet con la que se retransmiten ahora.

La indefinición, el doble rasero o la tibieza con la que López Obrador responde frente a  asuntos en los que la gente espera una posición más frontal, así como los desatinos, las tonterías y los disparates de quienes van a ser sus colaboradores y de la nueva mayoría en el Congreso de la Unión, han comenzado a afectarlo de un modo tan significativo que ha tenido que volver a sus discursos de campaña para buscar una especie de abrigo, de respaldo, de consuelo popular frente a los cuestionamientos contra su proyecto.

Que sus seguidores encuentren en intentonas golpistas la explicación a la crisis adelantada  que vive el futuro gobierno, sólo confirma lo arraigado que están los verdaderos problemas que tendrá el presidente López Obrador: uno es la autocomplacencia, que genera en él y en su entorno una falsa idea de infalibilidad que abona a la nefasta adulación, y el otro es la intolerancia, que abreva de la falta de autocrítica resultante justamente de sentirse infalible.

Parece contradictorio, sobre todo por tratarse del candidato que mejor entendió lo que quería  la sociedad mexicana en la pasada elección, pero el presidente electo es un hombre solo, que no tiene en su equipo gente que le esté ayudando a “leer” correctamente la realidad ahora que se encuentra a unas cuantas semanas de asumir formalmente el poder. Conociendo lo desconfiado que ha sido toda su vida, nadie parece estar dispuesto a contradecirlo, o a atreverse siquiera a exponerle una visión distinta de lo que él piensa.

Y es que López Obrador no tiene colaboradores, tiene seguidores. Incluso técnicos con gran experiencia como Javier Jiménez Espriú, ceden a la tentación de imponer la visión y el interés político por encima del argumento técnico y racional. Ni qué decir de Esteban Moctezuma, o de Mario Delgado, que son capaces de ir contra sus propias convicciones personales, que es lo de menos, si de sacar adelante lo que planteó el líder, se trata. Integrar un gabinete no es juntar a un grupo de personas que van simplemente a cumplir órdenes, sino a los mejores y más capacitados para dirigir cada área o dependencia, a fin de hacer virtuosa la labor de conjunto de un gobierno.

Más información en: https://bit.ly/2DrcC03

 

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