miércoles 24 abril 2024

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por etcétera

La absorción del discurso político de México por el presidente López Obrador es un confinamiento adicional al que estamos sujetos los mexicanos en la hora del coronavirus.

Salvo en una franja de la prensa y de las redes sociales, no hay en el mundo político nada que desafíe, contradiga o equilibre la ubicuidad de ese discurso.

No que ese discurso convenza a todos, sume voluntades o aplane las críticas. Por el contrario, como muestran las encuestas recientes, el discurso único presidencial va perdiendo el acuerdo mayoritario y tiene una desaprobación creciente en la ciudadanía.

Pero la ocupación del espacio político por ese discurso, entre otras cosas por su ubicuidad y su repetición, es casi total.

Nadie en el ámbito del poder político, ni los partidos de oposición, ni los poderes constitucionales y locales, ni los poderes fácticos, compiten con el discurso único del Presidente.

Esta especie de totalitarismo del discurso presidencial, impermeable a ningún cambio, es particularmente opresivo cuando el país se enfrenta a una de las crisis económicas y sociales más graves de los tiempos recientes.

El discurso único del Presidente predomina en el momento en que gran parte de la población entiende que el Presidente está equivocado; que el rumbo que ha decidido tomar puede ser catastrófico para todos, empezando por aquellos a quienes quiere beneficiar.

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