viernes 19 abril 2024

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por etcétera

Todas las mañanas Andrés salía de la cama con una misión. Que hablaran de él, aunque no fuera bien. Un metro antes de presentarse en público, cada amanecer se recordaba que su vocabulario tenía que ser reducido, su ritmo lento; su tono, el de cura de pueblo; y, para hacer más verídico todo, cuantas veces fuera necesario haría como que olvidaba algo: un nombre, un concepto “moderno”, una fecha… alimentaría la imagen de que es grande al permitir ser rescatado de sus limitaciones.

Dominada la impostación, el qué del mensaje es harto sencillo. Andrés lo sabe bien. El juego se trata de que lo que él diga ocupe el mayor espacio mediático durante tanto tiempo como sea posible. Ya sean sus palabras exactas, alguna paráfrasis de las mismas y, por supuesto, hasta la ridiculización de sus dichos es no sólo bienvenida, sino deseada. Todo menos el vacío. Así que dirá lo que haga falta para lograr que le repliquen, le ataquen, le citen, le celebren o le desmientan. Dirá cualquier cosa que no pueda ser obviada. Porque su propósito es desplazar a los otros, quitarles cualquier pedazo de ese recurso no renovable y finito que es el tiempo de los ciudadanos.

Y caemos siempre. Unos porque están convencidos de que las barbaridades que dice son incompatibles con la idea de una presidencia legal y formal, por tanto hay que denunciarlo; otros porque su función es desmentir, acotar las falsedades, trazar un guardafuegos ante mentiras, excesos y despropósitos. También los hay, justo es reconocerlo, quienes se hallan felices en esta coyuntura, pues frente a Andrés creció su perfil mediático. El punto es que, con buenos o no tan buenos propósitos, terminamos por hacer lo que él espera de nosotros: darle la centralidad a él, revestir de legitimidad su cansina balada de “víctima y reivindicador”.

Hace una semana Andrés sacudió a buena parte de la prensa con sus críticas a la labor de la ONG Artículo 19, a la que tantos periodistas le debemos en este país.

Andrés despotricó de esa manera porque el reporte del Departamento de Estado que cuestionaba la actuación de una de sus funcionarias se le ofrecía como la ocasión de una buena chuza para su propaganda.

Denunció tanto injerencia de Washington como la idea, nada nueva, pero no por ello poco efectiva entre sus seguidores, de que había un complot: Artículo 19 lo golpea por órdenes de sus patrocinadores, que no pueden ser sino agentes extranjeros o conservadores de origen nacional. Hizo, además, una promesa de premiar la abyección en su gabinete: vean cómo defiendo a ésta, así defenderé a todos aquellos de acrítica voluntad.

Se trató, además, de un golpe a una ONG que ha denunciado violaciones a los derechos humanos. Andrés sabe lo que a diversos gobiernos ha costado la legitimidad de esa agenda, y el peso que pueden llegar a tener de esas organizaciones. Por eso intentó machacar la credibilidad de A19, y de paso enviarle un sencillo mensaje a la prensa: mira lo que hago con tus defensores.

En una realidad normal, sería impensable lo que hizo Andrés. Pero lo que no hemos terminado de aceptar es que no son tiempos normales. Tan no lo hemos comprendido que buena parte de las reacciones eran legítimas en su intención, más equivocadas en su resultado, pues terminaban poniendo en el centro al provocador que vive de nuestra permanente atención.

Dicho de otra manera: las réplicas a Andrés por éste y anteriores desplantes tendrían que ser formuladas de forma que no las leamos sólo siempre los mismos, que no parezcan nomás destinadas a hacer que el bumerán regrese tersamente a Palacio Nacional, sin costos para él pues habrá descontado que tales columnas y comentarios mediáticos apenas si llegan al gran público.

El reto no es sencillo. Contestar de manera efectiva para ganar más atención de la gente, no de Andrés.

Mensajes didácticos, sencillos, con ingenio, ironía y legitimidad… donde el actor de cada mañana no sea el personaje central, sino uno justamente menor, que es el rol que él mismo ha elegido para sí tras renunciar, como ha hecho con sus ataques a los mexicanos que discrepan, a la investidura de jefe de Estado.

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