lunes 15 abril 2024

Recomendamos: Juguemos a la gallina, por Raymundo Riva Palacio

por etcétera

El Presidente está empapado en la ira. No ha podido procesar con serenidad e inteligencia racional la difusión de la ‘casa gris’ donde vivieron en Houston su hijo mayor y su nuera. Dos semanas seguidas ha sido el principal promotor de un tema que pudo haber contenido, pero ha seguido inyectándole combustible. Podría incluso convertirse en el error estratégico que cometió el presidente Enrique Peña Nieto cuando, para explicar la ‘casa blanca’, envió a su esposa Angélica Rivera a defender la adquisición. Fue un desastre de comunicación política porque una artista, enojada y regañona a la vez, transmitió lo contrario a lo buscado. La respuesta sepultó el sexenio de Peña Nieto.

No se sabe aún si ése será el camino que seguirá López Obrador, que no tiene los negativos de Peña Nieto a esta altura de su administración, ni enfrenta un clima social tan adverso como el expresidente. Sin embargo, a diferencia de Peña Nieto, ha apretado su paso por el camino equivocado, elevando las apuestas al atacar de manera violentamente creciente al mensajero. Su problema es que lleva tanto tiempo disparando al mensajero, que los empujó a cruzar el Rubicón y empiezan a responderle de manera beligerantemente proporcional. Esto no va a terminar bien.

El Presidente y el mensajero (o los mensajeros) están metidos en el dilema planteado en el juego de la gallina, que es mostrado con dos automovilistas que aceleran el uno contra el otro. Si uno se sale de la ruta de colisión podría ser considerado cobarde, por lo cual quien no se mueve del camino, gana. Si ambos deciden que no chocarán, ninguno pierde nada y los dos salvan la vida. Pero si ninguno modifica su actitud, los dos mueren. Este juego es simultáneo, por lo que no hay información sobre cómo podría reaccionar ninguno de ellos, para tomar decisiones meditadas.

La teoría de juegos tiene que ver con incentivos. La Guerra Fría proporcionó ejemplos prácticos, donde las potencias nucleares fueron incrementando sus arsenales de autodestrucción masiva, donde el incentivo era no iniciar una guerra nuclear porque, aun ganando, perderían y todos morirían. En cada uno de los juegos, uno de los actores piensa en no ceder, esperando que su contraparte desista, que espera lo mismo de su interlocutor. Hay algunos juegos, como el dilema del prisionero, donde la colaboración es benéfica para las dos partes, pero en otro, como en el de la gallina, la apuesta para ganar es que lo vean lo suficientemente dispuesto a chocar, para que el otro se aparte de la ruta de la colisión.

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