Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil aún no se reponía de la impresión. En el Auditorio Nacional, el Divo de Juárez dio un concierto en los días de la patria independiente. En un momento culminante y llevado por la emoción, Juan Gabriel arrojó su chaleco al público, luego quiso hacer lo mismo con su camisa, pero no podía desabrochar los botones. Le pidió ayuda a una mujer que lo desabotonó. Juan Gabriel dijo: “Qué atrevida, lo que me hacen hacer nada más para llevarme los sagrados alimentos a mis labios”. Acto seguido abrió la camisa de seda y mostró los pechos al público. ¡Santa Cachucha! Gamés sintió que algo se colapsaba dentro de él, un derrumbe epistemológico, un cataclismo de la gnoseología. Los pechos al aire de Juanga cimbraron el alma de Gil mientras se escuchaba un lamento en el amplísimo estudio: ay mis hijoos sin vergüenza- (así con doble a).
Elenita
En otro desorden de cosas, o como se diga. Elenita Poniatowska (así le dicen sus seguidores, y aunque Gilga no se cuenta ni encuentra entre ellos, el diminutivo le gusta) está muy activa, casi ha logrado el don de la ubicuidad. Elenita aparece aquí y allá; con Plácido Domingo, recordando a las víctimas del terremoto; en los pasillos del Centro Cultural Tlatelolco, en el encuentro internacional de periodismo, en fotografías con Juan Ramón de la Fuente después de perorar sobre la prensa combativa, la que ella ejerce.
Por cierto, ese encuentro lo organizó El Universal. Dicen que Carmen está que trina: su colaboradora estrella brilla en otra casa editorial. Oh, no. Comuníqueme con Luis Hernández a la brevedad. Mentira, Gil nomás está intrigando y poniendo a hervir la mala leche. Por lo demás, a Elenita nada más le faltó estar presente en el juego de los Pumas contra el Cruz Azul y poner la alineación de los universitarios. A Elenita no le gustan los equipos defensivos, su vocación es el ataque. Serio, Gamés no sabe mentir.
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