jueves 28 marzo 2024

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por etcétera

El domingo pasado, la avezada reportera Ángeles Cruz Martínez, del diario La Jornada, publicó que el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, estaba internado desde el miércoles 24 en el Hospital Temporal Citibanamex para someterse a un tratamiento contra covid.

López-Gatell había informado, el sábado 20, que se había contagiado de covid. El lunes 22, el director de Promoción de la Salud, Ricardo Cortés Alcalá, afirmó que su jefe se encontraba “con un cuadro leve de sintomatología, muy poca fiebre y buen ánimo para la recuperación de su infección”.

Dos días después, el propio Cortés dio a conocer que, dada una “disminución leve” en sus niveles de oxigenación, y por recomendación médica, el subsecretario había recibido oxígeno suplementario. Nada dijo de que había sido hospitalizado.

Tampoco lo hizo el director de Epidemiología, José Luis Alomía, otro subalterno de López-Gatell, quien, el jueves 25, dijo que éste estaba evolucionando favorablemente. “No hay agravamiento del subsecretario (…) se encuentra asintomático, continúa en observación, su saturación (de oxígeno) está al 97 por ciento”.

Conocida la nota de Cruz Martínez, la oficina de Comunicación de la Secretaría de Salud negó, al mediodía del domingo, que López-Gatell estuviese hospitalizado y afirmó que se encontraba en su casa. Como me extrañaron esas versiones encontradas, busqué a una fuente federal de primer orden, quien me aseguró que el funcionario estaba en casa y así lo puse en mi cuenta de Twitter.

Sin embargo, por la noche, en la conferencia vespertina, Ruy López Ridaura, titular del Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades, aceptó que López-Gatell estaba internado desde el miércoles 24, tal como lo había escrito la reportera Cruz Martínez.

“Desde el miércoles pasado requería un tratamiento en el sentido de un covid moderado, ya con requerimiento de oxígeno y por eso su equipo médico evaluó la necesidad de una hospitalización anticipada, con un monitoreo y tratamiento hospitalario”, agregó López Ridaura.

En una carta a La Jornada, López-Gatell admitió que estaba “en la Unidad de Atención Temporal Banamex”, donde entró “el miércoles a mediodía”. Escribió: “No me hospitalizaron por estar delicado, sino para recibir el tratamiento, que es intravenoso y más fácil de manejar que en casa”.

¿Cuál tratamiento? Quién sabe. Que yo sepa, ningún mexicano contagiado por covid ha sido admitido en un hospital público de manera precautoria, ni siquiera para facilitar su tratamiento. Si así hubiese sido, los hospitales —de por sí bajo presión— se habrían saturado rápidamente. Recordemos que luego de que se alcanzó el pico de la pandemia, el gobierno de la CDMX puso en marcha, a mediados de enero, un programa de seguimiento médico a distancia, porque los hospitales nomás no daban para más.

En medio de este desaseado manejo informativo, ahora se entiende que López-Gatell recibió una atención especial, a la que no han tenido acceso cientos de miles de mexicanos, ni siquiera el propio Presidente de la República.

¿Por qué ocultar la información? Creo que por el instinto que ha marcado la política de comunicación en este sexenio: negar cualquier cosa que pueda afectar la imagen del gobierno o que puede dar la impresión de que las cosas van mal en el país.

En el mundo de este gobierno, el panorama siempre pinta bien, el sol está en su cenit y no hay una sola nube en el horizonte. Su optimismo indoblegable lo lleva a minimizar cualquier contingencia: la pandemia está domada, la crisis económica no existe, los empleos perdidos se van a recuperar, no hay problemas con Estados Unidos, la violencia criminal está focalizada y contenida, todos los adultos mayores estarán vacunados para fines de marzo (o para mediados de abril, como luego corrigió), etcétera.

Esconder los problemas debajo del tapete no los hace desaparecer, pero el gobierno parece confiar en aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente. Pero pasan tres cosas: el optimismo a ultranza siempre se estrella en la terca realidad; la opacidad hace que los ciudadanos terminen creyendo lo que quieran y, en estos tiempos, en los que es casi imposible ocultar cualquier cosa, los problemas salen a flote tarde o temprano.

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