viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

En noviembre, la popularidad del Presidente alcanzó el 65% de la población, de acuerdo con oraculus.mx, que agrupa información de diferentes encuestadoras. Desde el mes previo, López Obrador había recuperado el primer lugar en popularidad, en comparación con los cuatro presidentes anteriores, que había perdido en febrero de 2020. Desde su óptica, concentrada en ese dato, sin duda es una buena noticia.

Para muchos, sin embargo, es inexplicable que tenga tan buena calificación, considerando que en prácticamente cualquier dimensión que se mida, el país está peor que antes de su llegada. Quienes sólo se guían por cifras, institucionalidad y resultados, tienen una opinión totalmente distinta.

Hace algún tiempo comentamos aquí que una buena forma de analizar esta popularidad es comparándola con la confianza del consumidor, porque efectivamente hay correlación entre ambas variables, y porque parece guiarse por esa misma sensación de optimismo y esperanza que se personaliza en la figura presidencial. La correlación, por cierto, dista de ser perfecta, y se ubica en 0.5, por si alguien está interesado en la cifra, si consideramos desde abril de 2001. Si sólo incluimos el gobierno de López Obrador, sube a 0.56.

Bueno, durante noviembre, el optimismo de los consumidores fue notorio, y el índice creció en dos puntos. A su interior, el componente de “posibilidad de comprar electrodomésticos”, que suele ser el más bajo, creció en tres puntos. Curiosamente, el que menos creció fue “cómo espera que esté la economía del país dentro de 12 meses”, en menos de 0.2 unidades. El indicador agregado está casi en su nivel máximo, apenas superado por los datos de febrero y marzo de 2019, que fueron también los de máxima popularidad presidencial. Similar comportamiento puede usted ver en los componentes que preguntan por la situación actual y futura del hogar, pero no en los que corresponden al país. En ellos hay un margen mayor contra los máximos previos, y en el caso de la capacidad de compra de electrodomésticos, esos máximos ocurrieron hace más de 15 años, y no los hemos recuperado.

Todo indica que la depresión asociada a la pandemia y el confinamiento dio lugar a un momento de exultación, en el que revive el optimismo, especialmente asociado al hogar y al Presidente, pero cuyas bases no son sólidas, y por eso la confianza en el país no es tan grande, ni hay un reflejo en mayor capacidad de compra de bienes costosos.

Creo posible que detrás de estos dos indicadores, confianza del consumidor y popularidad presidencial, haya una explicación común. Cada nuevo presidente arranca con incrementos en popularidad y confianza del consumidor, que se van agotando en el tiempo. Cada golpe económico reduce ambas cosas, pero de forma diferente. En tiempos de Calderón, la inflación previa a la Gran Recesión redujo la confianza, pero no la aprobación, y ambas se recuperaron en la segunda mitad del sexenio. En el gobierno de Peña Nieto, la aprobación se redujo continuamente, y se afianzó en el fondo con el gasolinazo. En este gobierno, mejor vendedor de ilusiones que los anteriores, los incrementos han sido mayores.

La pandemia no costó en popularidad, porque se atribuyó a un fenómeno global, mientras que la vacunación se asigna al Presidente, y lo favorece. El impacto económico, moderado mucho por el incremento de las remesas, ha sido menor, por el momento.

Las personas quieren creer, en lo que sea. Eso hacen, pero su expectativa del futuro se va reduciendo: en el último año se ha reducido en un tercio la diferencia entre lo que perciben hoy y lo que esperan en 12 meses. Tanto para su hogar como para el país. La esperanza puede morir al último, pero también se muere.

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