viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

Hacia las cinco de la mañana de aquel 13 de septiembre de 1847, se detuvo, por poco más de una hora, el bombardeo sobre Chapultepec. Desde luego, no es una tregua. Las tropas estadunidenses avanzan sobre la fortificación del cerro: las fuerzas de Quitman, Pillow y Worth se precipitan sobre el bosque, intentando escalar las laderas del cerro.

La lucha por la ciudad de México se divide en dos frentes: sí, se ataca el cerro, pero la defensa de las garitas es, acaso, un episodio no suficientemente rescatado: San Cosme es defendida por las brigadas Rangel y Pérez y les costará a los estadunidenses tomarla; caerá hacia las 6 de la tarde. La garita de Belén, el colegio de Belén de las Mochas y la Ciudadela, umbrales de la ciudad, son defendidos con fiereza y se combate en terrenos del pueblo de Romita, esa diminuta población que 170 años después aún existe y que forma parte de la colonia Roma. Se pelea en la garita de Niño Perdido, y el siguiente capítulo será la resistencia popular, que se desatará cuando los gringos lleguen a la Plaza de la Constitución.

Pero allá en Chapultepec, la resistencia ha sido arrasada. Despedazado el batallón de San Blas, los jóvenes alumnos del Colegio Militar se aprestan a defender su escuela. Su decisión los convirtió, en las décadas que siguieron, en un ejemplo edificante para millones de escolares mexicanos, y en uno de los temas recurrentes de las polémicas históricas, a las que somos tan aficionados.

LA DEFENSA DEL COLEGIO: UNA CUESTIÓN DE HONOR. Pocos fragmentos de la historia nacional tienen tanto arraigo en el sentimiento popular como la defensa del Castillo de Chapultepec, y, desde luego, los llamados Niños Héroes han sido ensalzados y señalados como el modelo de la juventud que está dispuesta a morir por su patria, si es necesario. Alrededor de ellos se ha tejido una maraña donde se mezcla la historia, la leyenda, el infundio e incluso el chisme malintencionado y autodestructivo. Pero el primer elemento a rescatar consiste en que si hay algo en la defensa del castillo a lo que llamar “heroico” es la decisión de quedarse a resistir, cuando la instrucción era que se retiraran a sus hogares.

El director del Colegio Militar, el general Mariano Monterde, no tenía sino unos pocos meses al frente de la institución en aquel septiembre de 1847. No fue, precisamente, un modelo de valentía para los alumnos: el 22 de agosto, pidió permiso para irse a su casa, pues padecía una “fuerte inflamación”. Regresó la noche del 12 de septiembre, pero no se quedó en el Colegio; saludó a los alumnos que quedaban y se retiró, junto con Nicolás Bravo. Permaneció a las afueras del castillo y sería de los primeros en caer prisionero. El 11 de septiembre, el subdirector, apellidado Azpilcueta, se retiró del Colegio, “por hallarse enfermo”. Encargó el Colegio al comandante García Conde, quien se retiró del lugar cuando los invasores ya bombardeaban Chapultepec. Tenía “un fuerte constipado”. Dijo.

También se fue el capellán y el médico de la institución, el doctor Rafael Lucio. A medida que los estadunidenses se acercaban, algunos alumnos abandonaron el Colegio. Solamente quedaba el profesor de mecánica, el capitán Francisco Jiménez, y uno de los directivos, el capitán Domingo Alvarado, que tenía apenas 22 años.

Los cadetes, resguardados, vieron el bombardeo del día 12. Desde arriba miraron a los estadunidenses iniciar el ascenso al cerro. Los enemigos arrasaron una pequeña fortificación al pie del cerro, donde murió el teniente Juan de la Barrera, que había egresado del plantel apenas un mes antes. Continuaron la embestida y chocaron con una fuerza enviada por Santa Anna: el batallón activo guardacostas de San Blas, comandada por el teniente coronel Felipe Santiago Xicoténcatl. El enfrentamiento fue terrible. De los 400 soldados, apenas sobrevivieron 30.

Los alumnos se dispusieron a resistir. Formados y armados, encabezados por el capitán Alvarado, aguardaban, bayoneta calada, la llegada de los gringos.

Llegó antes un mensajero de Nicolás Bravo. La instrucción era contundente: los cadetes tenían que abandonar el castillo. Pero ellos se rehusaron.

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