viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

Debió haber sido el año 2004, a raíz de las pretensiones electorales de Marta Sahagún, cuando la feminista Patricia Olamendi soltó la advertencia: “En México, la única mujer con poder se llama Elba Esther Gordillo”.

Aquella percepción fue confirmada por Andrés Manuel López Obrador, quien en 2006 responsabilizó a la líder del SNTE del arreglo hecho por una parte del PRI con el presidente Vicente Fox para apuntalar el triunfo de Felipe Calderón.

“El poder no lo dan los cargos, sino el liderazgo”, sentenció Patricia Olamendi.

Pensé en esa aclaración la noche del 20 de diciembre de 2012, en los primeros días del gobierno de Enrique Peña, cuando la maestra pronosticó el fracaso de la Reforma Educativa y estalló:

“Si hay algún delito o algo qué cuestionarme, aquí estoy yo. Si soy yo la que estorba hagan de mí lo que quieran, pero contra los maestros no, definitivamente no”.

En la Cámara de Diputados se había aprobado un aspecto de la reforma que Gordillo impugnaba: el condicionamiento de la plaza docente a una evaluación aprobatoria.

A partir de ese momento, atestiguamos en la construcción del discurso político y de la llamada opinión pública uno de los fenómenos más significativos de este sexenio: la ilusión del consenso, la volatilidad del éxito, el espejismo del cambio.

Eran los días felices del Pacto por México del presidente Peña con PRI, PAN y PRD, cuyos legisladores respaldaron, con excepción de una parte de los perredistas, las leyes que avalan ese carácter “punitivo” de la evaluación.

La reforma a los artículos Tercero y 72 constitucional era elogiada como ejemplo de la capacidad del Estado de recuperar la rectoría de la educación y eliminar las corruptelas sindicales.

Con los elogios a Peña y al Pacto, se desató la satanización sobre la maestra Gordillo. Tres meses después de su declarada resistencia fue detenida por el presunto desvío y lavado de las cuotas del SNTE.

Vendrían las movilizaciones de la CNTE y sus negociaciones en la Secretaría de Gobernación, la salida del secretario Emilio Chuayffet de la SEP y la narrativa oficial de que, por fin, todo estaba bajo control gracias al secretario Aurelio Nuño, quien recompuso, se dijo, la relación del gobierno con el SNTE.

Pero vino la campaña presidencial y López Obrador prometió la cancelación de la reforma, hasta convertirla en un tema plebiscitario de esta elección.

Así que ahora, bajo prisión domiciliaria, la maestra Gordillo ha sido reivindicada por AMLO, quien sostiene los mismos argumentos que en 2012 llevaron a la maestra a romper con el gobierno. Pero también porque en la campaña de Morena militan sus excolaboradores, incluidos su yerno Fernando González y su nieto René Fujiwara.

Y en un país donde la afiliación sindical de un millón 200 mil trabajadores de educación permitió a Gordillo armar en 2005 su propio partido, Nueva Alianza, éste se convirtió en factor electoral en 2006 y 2012.

Esta vez, sin la maestra al frente, Nueva Alianza es parte de la coalición del candidato del PRI, José Antonio Meade, cuyo coordinador de campaña es el exsecretario Nuño, quien personifica la reforma impugnada.

Frente a ese tablero, AMLO fijó los términos del debate educativo, convirtiéndolo en su caja de resonancia, mientras el gobierno, su candidato y Nuño se han dedicado a defender una reforma ya consumada.

Pese a que se trata de cambios con efectos cotidianos, el carácter plebiscitario del tema se confirmó hace una semana, en la Arena México, en un evento donde Luis Castro, dirigente de Nueva Alianza, mostró el músculo del partido que se alimenta del SNTE.

Más información en: https://bit.ly/2szMQOx

 

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