miércoles 24 abril 2024

Recomendamos: El confinado feminismo, por Ivonne Melgar

por etcétera

En medio de la incertidumbre que la pandemia ha universalizado, se activa la ilusión de que podemos ser mejores.

Es el privilegio humano de pretender que las historias, personales y colectivas, deben construirse desafiando supuestos destinos e inevitables trazos de la naturaleza.

De ahí que la conmemoración de nuestras maternidades, este fin de semana, cobre especial significado para una sociedad que, apenas hace dos meses, logró estremecerse con la primavera violeta mexicana.

Porque, como aquí lo compartimos el 14 de marzo, entonces quedó de manifiesto que las masificadas causas feministas son parte de la aspiración a una conviviencia sin impunidad ni injusticias institucionalizadas, la misma aspiración colectiva que le dio el triunfo electoral al presidente López Obrador hace 22 meses.

Y frente a la dimensión política del grito de “¡Ni una más!” y el silencio popularizado de “Un día sin nosotras”, confiamos en este espacio que la primavera violeta no sería una estación pasajera.

Es cierto que la realidad de las violencias denunciadas persiste y que el confinamiento elevó los llamados de auxilio al 911 y las solicitudes de resguardo en los refugios, confirmando el diagnóstico de que vivimos una situación de emergencia, la cual reclama respuestas del Estado mexicano ante las peores expresiones del machismo y la misoginia.

Pero también es cierto que, como nunca antes, la cuarentena detonó el debate casi cotidiano en torno a una igualdad sustantiva que debe traducirse en el castigo a los feminicidios y en el reconocimiento del valor social de los cuidados, la crianza y la reproducción de las tareas domésticas que las mujeres sostienen.

Ha sido una experiencia inédita para esta reportera atestiguar los alcances que la pausa obligada por el COVID-19 desencadenó entre políticas y activistas feministas que, en foros virtuales, están escudriñando las consecuencias de esta coyuntura, al tiempo que ponen en blanco y negro el estado del conocimiento de la agenda de género el cual,  para fortuna de México, es mucho, diverso y profundo.

De especial consistencia y disciplina ha sido el ejercicio que despliegan, en parlamento abierto y a distancia, desde marzo, las integrantes del Grupo Plural de Igualdad Sustantiva de la Cámara de Diputados, encabezado por la presidenta de la Mesa Directiva, Laura Rojas (PAN), y en el que destacan —perdón por las injustas omisiones— Martha Tagle (Movimiento Ciudadano), Wendy Briceño y Lorena Villavicencio (Morena), Verónica Juárez Piña y Guadalupe Almaguer (PRD), Pilar Ortega, Verónica Sobrado y Dunyaska Rojas (PAN), Patricia Sosa (PES) y Erika Sánchez (PRI). La convocatoria que, juntas o por separado, estas legisladoras realizan desde hace seis semanas —con defensores de derechos humanos, funcionarios de todos los niveles de gobierno, especialistas, fiscales, jueces y activistas de organizaciones civiles— ha ido, desde el análisis de cómo construir el mejor tipo penal contra los feminicidas, hasta el ruego a la Secretaría de Hacienda de que libere los recursos para los refugios y las casas de la mujer indígena, ahora mismo víctimas del austericidio.

Se trata de un singular debate parlamentario que también ha explorado las posibilidades y los riesgos que en el futuro tendría el trabajo y la educación en casa, estableciendo el compromiso de diseñar, junto con el Instituto Nacional de las Mujeres, a cargo de Nadine Gasman, un sistema de los cuidados, con su respectiva legislación. Y este diálogo del activismo feminista es el que explica la reacción de cientos de mujeres las cuales, esta semana, han rechazado la declaración del presidente López Obrador acerca de que no hay evidencias de que el confinamiento haya incrementado la violencia familiar.

Bajo la aclaración de que “nosotras tenemos otros datos”, más de 6 mil firmas suscriben una carta que el próximo lunes le harán llegar al mandatario, reclamándole que el peso de sus palabras abona en la impunidad que cobija a los agresores y feminicidas.

Es una lástima que el Presidente no se haya convencido todavía de la fuerza de cambio que el feminismo mexicano entraña, justo en un momento en que la ilusión de una nueva y mejor normalidad ha puesto en el centro de las reivindicaciones a los cuidadores: enfermeras, maestras, médicos, madres, abuelas, policías, bomberos, cajeras, trabajadores de los servicios de limpieza, agricultores, a los protagonistas de las actividades esenciales para la preservación de la vida.

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