viernes 19 abril 2024

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por etcétera

El contrato

Usted fue contratado para ser director general de una empresa. El sueldo pactado, 250 mil pesos al mes. Prestaciones: seguro de gastos médicos mayores y un coche Mercedes-Benz. La oficina para desempeñar el trabajo, la más grande de la compañía.

No estamos hablando de salarios excesivos ni prestaciones abusivas. De hecho, para una dirección general en el sector privado lo anterior es más bien poco.

Usted lo aceptó, inclusive ignorando mejores ofertas de empleo, simple y sencillamente para ayudar a sacar de problemas a una empresa que no ha estado haciendo bien las cosas.

Cuando la rentabilidad del negocio mejore, ya pensará usted en negociar mayores ingresos.

Las nuevas condiciones

El dueño del negocio un día le informa que usted jamás será despedido, faltaba más: usted es queridísimo por la familia propietaria.

Pero, se le pide a usted total comprensión, ante la llegada de otra directora con la que hay un compromiso (“la recomendó alguien de allá arriba”, comenta el empresario), las condiciones laborales cambiarán:

1.- El salario de usted se reducirá a 80 mil pesos mensuales.

2.- Ya no será usted director, sino repartidor en motocicleta.

3.- Es decir, en lugar del Mercedes-Benz tendrá usted una moto, de las pequeñas porque la época es de austeridad.

4.- Con el propósito de que no se deprima, se le da a usted un dato para que sea feliz: ningún otro repartidor en todo México gana fabulosos 80 mil pesos mensuales.

5.- Su oficina tendrá que dejarla, ya que el nuevo espacio de trabajo de usted está a 15 kilómetros de la sede corporativa de la empresa: en las bodegas donde todos los repartidores llegan a las cuatro de la mañana para empezar a movilizarse.

“Tú renunciaste, conste”

Obviamente, usted, después de escuchar las nuevas condiciones laborales, le dice al propietario de la compañía que no puede aceptarlas.

La razón del rechazo es financiera, sí, pero también cuenta la dignidad…

El empresario escucha lo que usted dice y replica, por cierto ofendido dado que usted no aprecia lo que la empresa le ofrece: “Tú lo quisiste, estás renunciando porque quieres, nadie te ha despedido. Como sabía que esta iba a ser tu poco amistosa reacción, preparé el cheque con el finiquito. Firma aquí y que te vaya bien. Me siento traicionado”.

Ya en la calle, usted le dice a un amigo del dueño que pasa por ahí: “tu compadre me despidió”.

Cuando el empresario se entera de lo que usted ha afirmado, manda un boletín de prensa explicando que fue usted el que no quiso seguir trabajando, que él simplemente le pidió realizar nuevas funciones ejecutivas; en resumidas cuentas, que usted inventa.

Más información: http://bit.ly/2EcQHt1

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