jueves 28 marzo 2024

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por etcétera

El periodismo declarativo es uno de los grandes males de nuestro oficio, especialmente cuando invade la información política hasta monopolizarla y convertirla casi en su único registro. Los políticos, y no solo en vísperas electorales, emplean buena parte de su tiempo cotidiano en colocarnos frases, canutazos, declaraciones, entrecomillados, ruedas de prensa y discursos varios a los diferentes medios de comunicación. En ocasiones, además, sin darnos la oportunidad de repreguntar, de pedir aclaraciones o matices o pruebas de algo que el político de turno nos acaba de colocar.

Algunas de esas frases de nuestros políticos son realmente suyas, hijas de su propio ingenio o raciocinio, espontáneas, naturales, y hasta tienen un cierto interés informativo, pero la mayor parte de ellas las traen aprendidas, entrenadas y memorizadas desde casa, digo desde el partido.

Los partidos políticos, aquí y en medio mundo, cuentan con gabinetes internos en los que, con mayor o menor talento u ocurrencia, se fabrican no solo las frases que sus líderes van a encasquetarnos a los medios, sino también los llamados “argumentarios”, esos compendios de ideas y razonamientos que uniformizan, homogeneizan y simplifican la posición pública de cada formación sobre los asuntos de actualidad más candentes.

El periodismo declarativo pudo tener algún sentido cuando estaba considerado como el summum del objetivismo –contábamos lo que oíamos, tal cual; eran aquellos tiempos en que nos llamábamos a nosotros mismos “notarios de la actualidad”– y la inmensa mayoría de las declaraciones eran espontáneas y de quien las hacía, no de sus asesores. Hoy lo ha perdido, pero aún no todo lo que debería. Aunque ya sabemos lo mucho que nos mienten y los millones de frases mendaces que nos endilgan, todavía les damos los medios a los políticos parleros más credibilidad, relevancia y seguimiento de los que se merecen. El mal está tan extendido que incluso ha infectado y contaminado a muchos de los grandes ejemplares de nuestro hábitat, y en ocasiones de forma muy virulenta.

Hace unos años, algunos coroneles díscolos de un prestigioso periódico de cuyo nombre prefiero no acordarme llevaban en secreto una especie de registro de los verbos que se utilizaban en los titulares de la sección de información nacional, y comprobaron lo que sospechaban desde el comienzo en su intrépida exploración: la inmensa mayoría eran sinónimos –o casi– del verbo “decir”. La sinonimia había alcanzado hasta territorios semánticos fronterizos. Encontraron varios “Fulanito denuncia…” en los que Fulanito era un político, claro, ¿que se había ido a la Policía o a un juez con algún asunto irregular o sospechoso? ¡No, hombre, no! ¡Quia! Fulanito era un político que el día antes había dicho sobre algún rival algo que sonaba especialmente fuerte.

Más información: http://bit.ly/2HMLN5v

 

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