martes 16 abril 2024

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por etcétera

Los vestigios del franquismo no están tanto en los nombres de las calles como en la nostalgia por las soluciones mesiánicas


Ni los programas de la educación formal ni la transmisión colectiva de la memoria han hecho lo suficiente por mantener ideas claras sobre Francisco Franco, el dictador que murió hace 40 años. Ahí están sus restos, enterrados bajo la losa de 1.500 kilos que cubre la sepultura de Cuelgamuros, sellada el 23 de noviembre de 1975 ante una corta asistencia de mandatarios extranjeros entre los que figuraba otro dictador como él: Augusto Pinochet.


Una forma sencilla de recordar la naturaleza de aquel régimen es rebuscar en los arcones de los abuelos o en los mercadillos de viejo. Hay que encontrar monedas de la época, en las que puede leerse esta leyenda: “Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”, rodeando la reproducción del rostro del militar que fue el principal responsable de los horrores cometidos en la Guerra Civil —con ayuda de sus aliados Hitler y Mussolini— y de la represión ejercida sobre los vencidos. El agitprop del régimen encontró en el Dios de los cristianos la fuerza legitimadora necesaria para sublimar el culto a la personalidad de Franco, sobre el que se acumularon ditirambos (“generalísimo de los ejércitos”, “centinela de Occidente”) para justificar el mantenimiento de un régimen sin derechos cívicos ni elecciones libres, sin soberanía del pueblo y sin otro partido político permitido que el Movimiento Nacional. Un régimen a la medida de un dictador que, en palabras del historiador Santos Juliá, “abominaba del siglo XIX, aborrecía el liberalismo, despreciaba la democracia”, (El PAÍS, 3/12/1992).


http://politica.elpais.com/politica/2015/10/27/actualidad/1445950254_867574.html

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