miércoles 24 abril 2024

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por etcétera

El protocolo de seguridad obliga a dejar en una habitación contigua el móvil y un pendrive que uso de llavero. Están prohibidos todos los dispositivos electrónicos. Entramos en la sala de guerra de la empresa energética más importante de Israel, a las afueras de Haifa. Una gran pantalla muestra un mapamundi y centenares de luces que caen como cometas desde cualquier punto geográfico sobre un único objetivo: nosotros. El mapa recoge en tiempo real todos los incidentes informáticos (miles a la hora) que sufre esta compañía. Un cartel en la pared recuerda que esto no es un videojuego: Como la seguridad no duerme, nosotros no dormimos.


La mayoría de las agresiones electrónicas son prácticamente inocuas y repelidas sin problemas por escudos defensivos. Sin embargo, hay decenas que esconden un software significativamente peligroso (llamado malware), diseñado para dañar o infiltrarse en el sistema. Esta instalación, responsable del 70% del suministro eléctrico del país, es lo que cualquier Estado consideraría una infraestructura crítica. Su interrupción o destrucción derivaría en una situación de emergencia nacional. Israel Electric no desvela si ha soportado una situación límite. Si fuera así tampoco lo admitiría.


El mapa que brilla en la war room representa un conflicto que no se decide por tierra, mar, aire o en el espacio: los cuatro escenarios de la guerra de la segunda mitad del siglo XX. Sus trincheras están en internet. Bautizado como el quinto dominio por la revista The Economist, el campo de batalla de la III Guerra Mundial es un mundo artificial, creado por medios informáticos. Lo que parecía ficción se ha convertido en realidad: Trump, China, Israel, Irán, Europa… 2017 es el año en el que esta lucha digital de consecuencias impredecibles empieza a dejarse notar en el mundo analógico.


La denominación de guerra mundial no es exagerada si atendemos a su definición enciclopédica: «Una contienda a gran escala que involucra a varias naciones de distintos continentes». Eso sí, la III Guerra Mundial -o I Ciberguerra Mundial, eso lo decidirán los historiadores- cuenta con unas características inéditas. Esta lucha es camuflada, carece de banderas, no ofrece imágenes ni sonidos y en ella impera la ley de silencio: la única información que sale a la luz proviene de empresas de ciberseguridad o de filtraciones como las protagonizadas por Snowden,Manning oWikiLeaks. El anuncio de la organización activista comandada porJulian Assange esta semana ha supuesto el último terremoto. A lo largo de los próximos días WikiLeaks difundirá documentación relacionada con los programas que utiliza la CIA para espiar desde cualquier dispositivo conectado a la Red. Se esperan sorpresas.



España, como todos los países, también combate. Según fuentes del Centro Criptológico Nacional, organismo adscrito al CNI, el 3% de los ataques informáticos del año pasado contra sistemas públicos y empresas de interés estratégico fueron de gravedad muy alta o crítica (máxima peligrosidad). Se estima que tres de cada cuatro son patrocinados por otros países. China y Rusia son los más beligerantes con España. Su principal objetivo: el robo de información.


La ciberguerra global presenta una cronología confusa. No hay un detonante claro ni dos bandos identificados como en el mundo físico. Tampoco se ha asesinado a ningún archiduque austrohúngaro en Sarajevo ni un ejército ha invadido Polonia. Los precedentes históricos han dejado de servir de referencia. «De cierta forma, esto acaba con la noción de estado tradicional», explica a PAPEL un alto mando de Ciberdefensa de las Fuerzas Armadas de Israel. «De repente, las fronteras son irrelevantes, el Derecho Internacional no impera o tiene muchas interpretaciones… Sólo rige la ley de la jungla».


Más información en: http://www.elmundo.es/papel/historias/2017/03/12/58c151f522601dab398b45dc.html

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