jueves 28 marzo 2024

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por etcétera

Los adolescentes sufren más ansiedad, depresión y suicidio tras la aparición de los móviles y las redes sociales, decía la evidencia científica. Los titulares que provocaron esos artículos fueron sonados: “¿Han destruido los móviles una generación?”, “La Generación Smartphone no está preparada para la edad adulta” o “Empeora la salud mental entre los más jóvenes”.

Resulta que todo esto es, al menos, dudoso. Investigadores de universidades británicas y estadounidenses cuestionan que los estudios iniciales demuestren una correlación razonable entre móviles y enfermedades mentales. Cuando la hay es minúscula, y no está claro que sea causal.

“Los problemas mentales y de ansiedad empezaron a aumentar antes de la irrupción de los móviles. Pero además hay un montón de posibles explicaciones igualmente válidas que los móviles: la pérdida de empleo, la crisis económica, la crisis de los opiáceos, la presión académica, el movimiento #MeToo para las mujeres. Todo puede contribuir a esta subida”, dice Candice Odgers, profesora de psicología la Universidad de California Irvine, por teléfono a EL PAÍS.

¿Significa todo esto que ya los adolescentes pueden vivir felices y saciados con 15 horas diarias móvil? No. Pero es mejor saber el origen real de un problema antes de intentar solucionarlo. La respuesta más sencilla o agradable no siempre es la más correcta. “Hay un miedo sustancialmente exagerado de las tecnologías digitales”, dice por email Amy Orben, investigadora en psicología experimental de la Universidad de Cambridge. “Pero apenas tenemos evidencia por ahora de que el tiempo pasado ante una pantalla –en total– impacte negativamente a la mayoría de la población infantil”, añade.

El pánico se ha convertido en un modo de ganar dinero para algunos. “La teoría del miedo sobre la tecnología se ha convertido en una industria casera para vender libros, charlas y consultoría”, dice Andrew Przybylski, director de investigación del Oxford Internet Institute y uno de los grandes expertos en jóvenes y móviles. Pero eso no es sensato para nadie, sobre todo para las preocupaciones de los padres, añade: “Lo mejor es no tratar la tecnología como una ‘caja negra’. Intentemos tratar esta actividad como ir en bicicleta, con sus riesgos y recompensas: implícate y elabora una idea realista sobre lo que está bien y cuándo para tus chicos”.

Odgers, junto a la profesora de la Universidad de Carolina del Norte Michaeline R. Jensen, y Orben, han publicado en los últimos días dos artículos donde repasan la evidencia en el sector. El resultado es descorazonador: “Dada la falta de evidencia de conexiones fuertes entre la cantidad de tiempo que los adolescentes emplean en redes sociales y su salud mental”, escriben Odgers y Jensen, la pregunta es: ¿por qué la tecnología digital ha sido tan rápida y vehementemente identificada como la causa en las subidas recientes de depresión adolescente?”

Orben ve un motivo casi evolutivo para esta asignación de culpas al primer sospechoso. Es una razón repetida en la historia, donde lo nuevo es malo porque los viejos de esta generación no lo vivieron de jóvenes: “La preocupación por tecnologías nuevas que cambian nuestra sociedad es normal, una podría decir que tienen un beneficio evolutivo al hacernos más cautos a cambios bruscos. No tiene que sorprendernos que ahora estemos preocupados por las pantallas porque antes lo estuvimos por la adicción a la radio, las novelas románticas y la imprenta”, dice.

Más información: http://bit.ly/36c4dH6

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