viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

El primer aniversario de la muerte del historiador John Lukacs coincidió con la llegada a las librerías españolas de la reedición de uno de sus libros clave: Cinco días en Londres, mayo de 1940. El libro apareció por vez primera en inglés en 1999 y fue traducido, en 2001, por Ramón García para la editorial Turner. Es una excelente ocasión para releerlo o, si no, para leerlo por vez primera. John Lukacs es un autor muy interesante, al tiempo que un enorme narrador. Católico y enemigo de modas pasajeras, se autodefinía como idealista materialista y como un historiador “un tanto inclasificable”. No creía en la historia como ciencia, ni como ciencia social, pero sí en su cercanía con la literatura, y no establecía fronteras entre historiadores académicos y aficionados. Para él, la historia era, por encima de todo, el conocimiento de seres humanos por parte de otros seres humanos. Lo que la gente piensa y pensó se encontraba en el centro de su interés. Intentó, a lo largo de toda su extensa obra, responder a lo que él mismo designara como el “hambre de historia” en las sociedades contemporáneas.

Nacido en Budapest en 1924 y emigrado a finales de la década de 1940 a los Estados Unidos, Lukacs fue durante décadas profesor de historia en el Chestnut Hill College, en Filadelfia. Falleció hace algo más de un año, en mayo de 2019. Es autor de una treintena de libros, dedicados sobre todo a la Segunda Guerra Mundial y a sus principales actores, en especial Hitler y Churchill. Algunos han sido traducidos al castellano, en Turner: el ya citado Cinco días en Londres, mayo de 1940, así como El Hitler de la historia, Junio de 1941: Hitler y Stalin y Sangre, sudor y lágrimas: Churchill y el discurso que ganó una guerra. En la misma casa editorial han visto la luz una breve historia del Novecientos (Historia mínima del siglo XX) y un par de obras más metodológicas y personales: El futuro de la Historia y Últimas voluntades. Memorias de un historiador. En Editorial Sombra se ha publicado George Kennan: estudio de una personalidad. Quedan por ahora inéditos, en nuestro país, algunos volúmenes importantes sobre la consciencia histórica, el año 1945, Churchill, Estados Unidos en el siglo XX o el populismo y la democracia.

Advierte John Lukacs, en Cinco días en Londres, mayo de 1940, que Hitler pudo ganar la Segunda Guerra Mundial en 1940 o en 1941. No estaba condenado de antemano a perderla. Los últimos días de mayo de 1940 resultaron, en este sentido, dramáticos. Mientras que Churchill se convertía el 10 de mayo en el nuevo primer ministro inglés, en sustitución de Neville Chamberlain –principal defensor entre 1937 y 1939 de la política de contemporización-, el mismo día empezaba la conquista hitleriana de Europa occidental. Una semana y media después, la ofensiva germana estaba resultando un éxito –con Hitler como primer sorprendido, que frenó el avance imparable hacia Dunkerque- y la retirada franco-británica hacia la costa atlántica amenazaba con un trágico desenlace. Cuando el día 23 estaba llegando a su fin, casi un cuarto de millón de soldados británicos estaban atrapados y cercados en el continente por los alemanes. Boulogne ya había caído y Calais estaba sitiada; la operación en Dunkerque era, en aquel momento, una incógnita. Los gobernantes franceses merecían poca confianza y los estadounidenses miraban hacia otro lado, Bélgica estaba fuera de juego y Mussolini, por si fuera poco, dejaba ver que pronto entraría en el conflicto alineado con Alemania.

En esta obra se relata el pulso mantenido, en el seno del Gabinete de guerra británico, entre Winston Churchill y lord Halifax, ministro de Exteriores, entre el 24 y el 28 de junio a propósito de una posible negociación con Hitler. Se trataba de un conflicto entre distintas derechas, en la que el pragmatismo de Halifax y el europeísmo de Churchill no resultaban cuestiones menores. Formaban parte también de este gabinete restringido, Chamberlain y los líderes laboristas Clement Attlee y Arthur Greenwood. Tras muchas reuniones y propuestas y tras mucha tensión y el temor a dimisiones, que habrían generado una profunda crisis ministerial, Churchill acabó anunciando que, pasase lo que pasase en Dunkerque, Gran Bretaña no negociaría con Hitler y continuaría luchando. Curiosamente, Churchill no abordó estas delicadas cuestiones en sus celebradas memorias. En los días siguientes, Dunkerque acabó convirtiéndose en un éxito parcial dentro de un inmenso fracaso. Churchill, que cuando accedió a la jefatura del gobierno –el rey y algunos conservadores preferían a Halifax- no estaba en su mejor momento de popularidad, se fue afianzando progresivamente.

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