viernes 26 abril 2024

Recomendamos: Son tiempos tristes: las discotecas están cerradas, ya no nos besamos

por etcétera

Tiempos muy tristes: los bares y las discotecas están cerrados, ya no nos entretenemos en los restaurantes, los paseos son limitados, los aeropuertos y los hoteles están vacíos, ya no nos besamos, las compras escasean, el turismo internacional y la industria del espectáculo están en estado de coma, el gel hidroalcohólico sustituye a los cosméticos. La crisis de la covid-19, además de provocar miedo y reducir la libertad de movimientos, erosiona brutalmente el encanto de la vida.

Vivimos en un momento en que el universo de la seducción en sus diferentes facetas (realzar el valor y la belleza, divertirse, reunirse con los demás, descubrir el mundo) está en peligro, si no ha sido ya abolido, debido a las operaciones de protección individual (mascarilla), al hecho de estar encerrados en casa, al aumento de la desconfianza y el miedo a los demás. De repente, el cosmos de la seducción ha cedido el paso al estado de emergencia sanitaria con toque de queda, a una sociedad de control, detección, desconfianza y confinamiento. “Permanezcan en casa”, respeten las medidas de prevención y las reglas de distanciamiento; una lógica de antiseducción rige nuestra vida.

Esta crisis de seducción es tanto más llamativa cuanto que se desarrolla en el seno de sociedades que, por primera vez, son efectivamente sociedades de seducción, sociedades donde la regla del “gustar y emocionar” está generalizada, reestructurando radicalmente la economía y la política, la educación y las “costumbres”. Se mire donde se mire, desde los productos comerciales hasta las relaciones sociales digitales, y desde los medios de comunicación hasta el diseño comercial, pasando por la educación, la comunicación política, los museos y la remodelación de las ciudades, nuestra época está marcada por la inflación, la difusión, la mercantilización de las actividades de seducción. Agradar a los consumidores (oferta comercial tentadora del capitalismo seductor), agradar a los ciudadanos (marketing político del Estado espectáculo, demagogia populista), agradar a los niños (educación psicológica y permisiva), agradar a los demás y a uno mismo (sitios de citas en Internet), markeyinen las redes sociales, prácticas cosméticas, moda y sensualidad: esta es la era de la obligación de gustar, que se ha vuelto omnipresente y hegemónica, expansiva y destradicionalizada.

En materia de seducción casi nada está prohibido, se permiten todas las libertades: nos encontramos en una sociedad de seducción conectada, individualizada, liberada de los límites del espacio-tiempo, así como de los controles colectivos y las formas ritualizadas. Al mismo tiempo, a la imaginación milenaria de la “seducción peligrosa” sigue una cultura marcada por la incitación permanente a llamar la atención a cualquier edad, la proliferación infinita de ofertas para embellecerse, la difusión generalizada de productos y tratamientos cosméticos, la exaltación del glamour y la sensualidad, el auge de la cirugía estética.

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