viernes 19 abril 2024

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por etcétera

Esta entrevista es resumen de dos conversaciones que tuve con Milan Kundera tras haber leído el manuscrito de la traducción de su El libro de la risa y del olvido: una durante su primera estancia en Londres, la otra durante su primera estancia en Estados Unidos. En ambas ocasiones viajó desde Francia, donde su mujer y él llevaban instalados, en calidad de emigrados, desde 1975, en la ciudad de Rennes, en cuya universidad daba él clase. Luego pasó a la universidad de París. Durante nuestras conversaciones, Kundera se expresó alguna que otra vez en francés, pero casi siempre en checo, mientras Vera, su mujer, nos hacía de intérprete a ambos. Luego, Peter Kussi tradujo al inglés el texto checo resultante.

ROTH: ¿Cree que llegará pronto la destrucción del mundo?

KUNDERA: Depende de lo que entienda usted por pronto.

ROTH: Mañana o pasado.

KUNDERA: La idea de que el mundo se precipita hacia su perdición es muy antigua.

ROTH: Entonces, no hay de qué preocuparse.

KUNDERA: Al contrario. Si este miedo lleva desde hace tantísimo tiempo en la mente de los hombres, por algo será.

ROTH: En todo caso, lo que a mí me parece es que ese temor es el trasfondo de todos los relatos de su último libro, incluso de los declaradamente humorísticos.

KUNDERA: Si cuando era un muchacho alguien me hubiera dicho: «Un día verás desaparecer tu país de la faz de la tierra», me habría parecido una tontería, algo inimaginable para mí. Los hombres nos sabemos mortales, pero damos por sentado que nuestro país posee una especie de vida eterna. Pero, tras la invasión rusa de 1968, todos y cada uno de los checos hubieron de enfrentarse a la idea de que su país podía tranquilamente ser borrado de Europa, igual que durante los cinco últimos decenios hubo cuarenta millones de ucranianos obligados a ver cómo desaparecía del mundo su país, sin que el mundo prestara la más pequeña atención. O los lituanos. ¿Sabe usted que en el siglo XVII Lituania era una potencia en Europa? Hoy, los rusos mantienen a los lituanos en sus reservas, como si fueran una tribu a medio extinguir: tienen rigurosamente prohibidas las visitas, para que el resto del mundo no conozca su existencia. No sé qué le reservará el futuro a mi país. Los rusos, sin duda alguna, harán todo lo posible por ir disolviéndolo en su civilización, en la de ellos. Nadie sabe si lo lograrán o no. Pero la posibilidad existe. Y la súbita comprensión de que tal posibilidad existe basta para cambiarle a uno todo el sentido de la vida. Hoy en día, hasta la propia Europa me parece frágil y mortal.

ROTH: Pero, ¿no están radicalmente diferenciados los respectivos destinos de Europa oriental y Europa occidental?

KUNDERA: En cuanto noción histórica cultural, Europa oriental es Rusia, con su propia y concreta historia anclada en el mundo bizantino. Bohemia, Polonia, Hungría, como Austria, nunca han sido parte de Europa oriental. Ya desde el principio participaron en la gran aventura de la civilización occidental, con su gótico, su renacimiento, su reforma -movimiento, este último, que tiene su cuna precisamente en esta región. Fue de allí, de Europa central, de donde recibió la cultura moderna sus más poderosos impulsos: el psicoanálisis, el estructuralismo, la dodecafonía, la música de Bartók, la nueva estética novelística de Kafka y Musil. El hecho de que la civilización rusa se anexionara Europa central (o, al menos, buena parte de ella) dio lugar a que la cultura occidental perdiera su centro de gravedad vital. Es el acontecimiento más importante de la historia de Occidente, en nuestro siglo, y no cabe descartar la posibilidad de que el fin de Europa central haya supuesto también el principio del fin de Europa.

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