jueves 25 abril 2024

Recomendamos: Peter Sloterdijk: “La vida actual no invita a pensar”

por etcétera

Peter Sloterdijk (Karlsruhe, Alemania, 1947) es palabras mayores en el mundo del pensamiento. Catedrático de Estética y Filosofía en la Escuela Superior de Diseño de su ciudad natal, lleva años literalmente sacudiendo el mundo de la filosofía —y el mundo a secas— con sus obras, sus nuevos conceptos y términos, y sus opiniones.

Autor de libros cruciales del pensar de nuestra época como Crítica de la razón cínica, Ira y tiempo y sobre todo su monumental trilogía Esferas (Burbujas, Globos y Espuma), en la que desarrolla una asombrosa teoría del espacio íntimo, Sloterdijk une a su profundidad intelectual una faceta mediática inusual en su campo y una campechanía, un humor y una ironía que lo alejan del paradigma del filósofo alemán al uso (Karl Popper, por poner uno con malas pulgas). El pensador ha visitado Barcelona donde reunió a varios centenares de personas en una charla en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).

Pese a su bonhomía y su aparente pachorra, entrevistar a Sloterdijk, cuyas páginas un ser humano del montón a menudo tiene que leer varias veces para conseguir exprimirles su significado, resulta todo un reto. Con los pasajes de Esferas flotando aún en la cabeza, —“la esfera íntima, consubjetiva, no puede poseer en absoluto una estructura eucíclica o parmenídea: el globo psíquico primitivo no tiene, como el filosófico bien redondeo, un único centro que irradie y recoja todo, sino dos epicentros que se interpelan mutuamente por resonancia”—, uno entrevista a Sloterdijk como si tuviera enfrente a Plotino. Un Plotino, eso sí, algo desaliñado y sin calcetines.

Pregunta. ¿No le parece que el pensar, el pensar de verdad, se ha vuelto una excentricidad? Al leer sus libros, tan intensos, uno se da cuenta de que el pensamiento serio, el que exige esfuerzo y concentración, no abunda. Nos hemos desacostumbrado.

Respuesta. Sí. Efectivamente. Eso me recuerda una ceremonia zen en la que el maestro tomaba una tetera, como estoy haciendo yo ahora, y vertía té hasta que la taza estaba llena, y entonces continuaba echándolo y el líquido desbordaba. No puedes entender nada si la taza no está llena.

P. ¿Hemos perdido capacidad de pensar?

R. No es capacidad como tal. Pero no se dan las circunstancias vitales que nos permiten retirarnos y tomar distancia. Para Husserl y su fenomenología había que salir del tiempo impetuoso de la vida, el dispositivo más elemental era siempre dar un paso atrás. Ese acto te permite convertirte en observador. Sin una cierta distancia, sin una cierta desimplicación la actitud teórica es imposible. La vida actual no invita a pensar.

P. Hoy la superficialidad se impone a la profundidad.

R. La filosofía moderna ha abandonado más o menos la metáfora de la profundidad. Preferimos decir que todo está en la superficie, y si existe profundidad la tienes que hacer subir a la superficie como si fuera superficial. Si no, te conviertes en mistagogo, un iniciador en misterios sagrados.

P. También es verdad que pensar de verdad cuesta y tiene algo de doloroso y de angustioso cuando rozas los límites del yo y de la autoconciencia.

R. No estoy convencido de eso. La filosofía original en época antigua era algo ambivalente. Tenemos los dos topos: Heráclito, que lloraba, y Demócrito, que se reía constantemente. Ese rasgo comentado de ambos por las fuentes aparece incluso en sus estatuas. Para Platón, de una tradición distinta, pensar es el placer más elevado. Esto por una razón: la esencia del pensamiento es recordar y lo que debes recordar es el hecho de que hemos estado muy cerca de la esencia divina y lo único que has de hacer para eliminar los obstáculos que no te permiten alcanzarla es recordar claramente. Básicamente, debería tratarse de felicidad. Pero no funciona así porque, ciertamente, en la antigüedad los pensadores eran conocidos por tener siempre una cara triste. Se les respetaba más por ello, sus compatriotas esperaban que tuvieran aspecto melancólico y el ceño fruncido (ríe). Era un truco muy bueno, porque nadie siente envidia de alguien triste. Es mejor esconder tu buena suerte. Lo que me recuerda una frase de Walter Serne, el dadaísta, autor del Manual para embaucadores, que decía que siempre que te mudes a una nueva ciudad deja que te preceda el rumor de que tienes un cáncer, eso reduce la envidia. Tus competidores ya no te tomarán tan en serio.

P. El número de críticos que ha tenido usted, no está nada mal. Habermas, por ejemplo, le ha tachado de “neopagano”, y de cosas peores por sus consideraciones en Normas sobre el parque humano sobre la biotecnología y las posibilidades de manipulación genética de los seres humanos.

R. Yo cometí muchos errores. Es un error presuponer que la gente te querrá por tus opiniones.

p. ¿Por defender y reivindicar a Heidegger, por ejemplo?

R. Sí. Pero mi error principal fue escribir un libro de filosofía divertido de más de 900 páginas, Crítica de la razón cínica, un libro con sentido del humor y, si se me permite, con un buen estilo.

P. ¿Pensar le hace feliz?

R. A veces. Tengo la enfermedad ordinaria de la edad avanzada, la limitación del tiempo y la sensación de que las mujeres hermosas están aún más lejos que en el pasado. Mire a esas chicas ahí afuera. Es terrible.

P. Tiene usted una predisposición a lo políticamente incorrecto, veo que no solo por Heidegger y Nietzsche.

R. Sí, pero eso pasará en un par de décadas y se considerará que era una moda, igual que en el XVII hubo ese movimiento del Ridículo. Evidentemente, este es más global. Pero estoy convencido de que a la larga va a parecer absurdo.

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