viernes 19 abril 2024

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por etcétera

A Patti Smith, considerada una de las 100 mejores artistas de todos los tiempos por la revista Rolling Stone y escritora prolífica y multipremiada, lo que le ha dado paz durante el confinamiento es hacerse la cama cada mañana. “Antes ni me la hacía, pero me da equilibrio. Este encierro me ha hecho ser más consciente de mi entorno. Friego, doy de comer al gato… son pequeños logros que me mantienen a flote”, cuenta desde su casa de Queens, donde atiende esta llamada durante este periodo de reclusión. “¡Hasta hago ejercicio! Creo que es muy importante que estemos activos, pero sin pedirnos demasiado. Tengo 73 años y una afección en los bronquios, no quiero estrés y necesito un sistema inmunitario fuerte. ¿Me gusta? No, pero tengo que hacerlo así”.

Suena increíblemente calmada para ser alguien que, desde que publicara su aclamado debut, Horses, en 1975, solo ha parado de girar para criar a sus dos hijos. “De hecho, yo me confiné el día 9 de marzo, y tenía que estar dando conciertos por Australia, Reino Unido y España [en el festival Azkena de Vitoria y en Universal Music Festival de Madrid, ambos en julio], pero será por la edad, que por suerte lo vi venir días antes con eso de que soy población de riesgo. Esto me pilla con 30 años y me habría vuelto loca», dice. «Bueno, a quién quiero engañar, mientras hablamos estoy dando paseos por la casa. Yo creo que incluso me hago varios kilómetros al día. ¡Tampoco voy a fingir ser quien no soy!”.

En el transcurso de esas giras maratonianas en las que se deja la piel (si la apodan la chamana del rock es porque sus directos nos acercan más al ritual que a un concierto al uso) le ha dado tiempo a escribir hasta 18 libros. A fin de cuentas, ella fue poeta antes que música. Y chamana antes que compositora, cuando recitaba en las iglesias versos que clamaban por la libertad sexual, la justicia social o los derechos civiles. Este junio Lumen edita El año del mono, otro relato autobiográfico contado desde el duelo, como lo fueron Éramos unos niños, tras la muerte de su compañero de vida, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, o M Train, un relato en el que entremezclaba pasajes de su matrimonio con el músico Fred Sonic Smith, fallecido en 1994. “No pensaba que esto fuera a convertirse en un libro. Yo iba a hacer un viaje con un amigo (el productor Sandy Pearlman) por la Costa Oeste, pero tuvo un accidente y me quedé sola. Escribía para tener compañía, para registrar cosas que estaban pasando”, explica. Entre esas cosas que sucedieron está la muerte de su mejor amigo, el guionista Sam Shepard (Patti lo cuidó durante sus últimos meses de vida, transcribiendo a diario las frases que el autor le dictaba desde su cama), la llegada al poder de Donald Trump o el cambio de década: “Cumplí 70. Simplemente un número, pero uno que indica el paso de un porcentaje significativo de la arena asignada en un reloj de arena. Los granos se derraman y me encuentro extrañando a los muertos más de lo habitual”.

Este y casi todos sus libros son de algún modo libros de viajes. Tiene unas rutinas muy marcadas: allá donde va visita museos, tumbas de artistas y cafés emblemáticos…

¿Sabes? Me he dado cuenta ahora, encerrada, de lo importante que es el viaje en mi vida. Pero sí, no soy nada aventurera, no busco emociones, solo pequeñas cosas que me inspiran: caminar, los cafés, la tumba de un poeta, la casa de alguien a quien admiro… y sentarme en un café y escribir. Es raro estar hablando de un libro de viajes ahora, cuando estamos encerrados. Igual me lo tengo que volver a leer para volver a viajar sin salir.

Además de limpiando, ¿cómo se entretiene estos días?

Estoy releyendo algunos libros que tenía por aquí. Ahora estoy leyendo a Kropotkin porque me he interesado por el anarquismo, las reflexiones sobre la escritura de Marguerite Duras y tengo a medias Amuleto de Bolaño. Pero lo que me distrae de verdad es ver películas. Tengo un DVD en casa. He vuelto a ver El espíritu de la colmena y el El laberinto del fauno. Lloré. Esa niña que escapa con su imaginación de un mundo opresor me recuerda mucho a mí y a mi infancia.

Cuando Patti Smith era adolescente se puso a trabajar en una fábrica del sur de Nueva Jersey para ayudar en la economía familiar. Allí sufrió todo tipo de humillaciones. Solo le ofrecía consuelo un libro que robó «por puro acto de rebeldía»: Las Iluminaciones de Arthur Rimbaud. Lo llevaba bajo el mono de trabajo. Lo releía una y otra vez y le dedicó la primera canción que grabó, Piss factory (1974), en la que cuenta cómo aquella cruel situación y aquel joven poeta la animaron a escribir para evadirse y seguir adelante.

¿No está aprovechando para escribir?

No. No puedo. Y eso me decepciona un poco. La primera semana me la pasé casi sin hacer nada. Mi mente no estaba preparada. Además no me gusta escribir en soledad. Por ejemplo, en el libro hay muchos personajes de ficción, pero están basados en gente a la que he conocido o escuchado en cafés y trenes. Es ahí donde me gusta escribir, aunque no hable con nadie. Observar el ambiente. Aunque esta mañana me he levantado temprano y he aprovechado esas horas, como Proust.

Pero sí le dio tiempo a escribir un epílogo a El año del mono con su visión de lo que se avecinaba. «Nuestra ira nos dará alas», escribe allí. ¿Cree que esto que está pasando nos hará mejores, de algún modo?

No lo sé, pero creo que el sacrificio que estamos haciendo ahora manteniéndonos en casa debería continuar cuando estemos fuera de alguna manera. El medio ambiente nos lo pide. Hay gente joven que no ha visto un cielo limpio en su vida. Deberíamos ver esto como una motivación para pensar formas alternativas de vivir. Quizá confinarnos un día a la semana: sin coches, sin humos… porque queramos, sin policía ni militares de por medio. Pero eso es algo que a nuestro presidente le da igual. Ni le importa el clima ni le importa nada, salvo las grandes corporaciones.

Aquí se aplaude todos los días a las ocho de la tarde al personal sanitario y algunos han aprovechado para politizarlo, con himnos, pancartas y consignas.

Aquí es a las siete, que es cuando las enfermeras cambian el turno. Pero sí, está pasando lo mismo.

La gente pone canciones. Y a veces se escucha una suya, People have the power.

¿De verdad? [se emociona]. La escribí con mi marido en 1986. La primera parte va sobre lo que hablábamos; el daño que le está haciendo el poder al medio ambiente [la canta] y la segunda, sobre la fuerza del colectivo. La unión para acabar con prejuicios y desigualdades. El título es lo que siempre me decía mi marido. Cuando hablábamos sobre estos temas siempre me decía: «Tricia, él me llamaba así, en realidad la gente es la que tiene el poder». Ahora ya no es mi canción, es la de la gente, y nada me puede hacer más feliz.

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