miércoles 17 abril 2024

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por etcétera

La princesa Masako de Japón se convertirá en emperatriz el próximo uno de mayo, cuando su marido, el príncipe Naruhito, ascienda al Trono del Crisantemo. Lo hará algo recuperada tras años sumida en una fuerte depresión que la mantuvo recluida dentro del palacio durante más de una década, una situación derivada del rígido protocolo de la Casa Imperial y la enorme presión sobre ella para que concibiera un hijo varón que garantizara la línea sucesoria. Masako, a la que se ha llamado la princesa triste, será una emperatriz cuyo reinado empezará a medio gas, pero resurge convertida ya en un símbolo de la lucha de las mujeres japonesas en una sociedad dominada por hombres.

Masako ha recuperado en los últimos años parte de su agenda y en sus apariciones públicas se la ve sonriente. Su equipo médico confirma su mejoría, pero alerta de que su estado es aún delicado. Ser emperatriz comportará nuevas responsabilidades, y unas expectativas demasiado altas sobre ella podrían hacer descarrillar años de tratamiento. Esta presión no es nueva; Masako la sintió desde el día que entró en el Palacio Imperial como prometida de Naruhito.

Masako Owada, de 55 años, se graduó en Harvard y habla cinco idiomas. Con una meteórica carrera diplomática, su entrada en la corte nipona se veía como un soplo de aire fresco a una institución anclada en tradiciones milenarias que relegan a la mujer a un papel de pura acompañante. Su vasta experiencia internacional podría ser útil, por ejemplo, para promover las relaciones exteriores del país.

Pero Masako pronto se dio cuenta de que la plantilla de funcionarios que dirigen la Casa Imperial no tenía estos planes para ella. Se la impidió salir de viajes oficiales al extranjero porque sus responsabilidades estaban dentro de palacio. La principal era alumbrar un hijo varón que continuara con el linaje: en la dinastía más antigua del mundo rige la ley sálica y las mujeres no pueden acceder al trono. En 2001 nació la princesa Aiko, y Masako fue objeto de una presión enorme para que tuviera otro bebé, varón, que no llegó. Fue entonces cuando se derrumbó y entró en una espiral depresiva de la que aún trata de salir. El nacimiento en 2006 de Hisahito, hijo de Fumihito -hermano menor del príncipe Naruhito- garantizó la sucesión y alivió la carga sobre ella, pero el daño ya estaba hecho.

Vistas las escasas apariciones públicas de la princesa, en 2006 la Casa Imperial nipona admitió que Masako sufría desde hace años “problemas de ajuste relacionados con el estrés”. En 2004, Naruhito dejó entrever quiénes eran los responsables del derrumbe emocional de su esposa: “La princesa Masako, al renunciar a su trabajo como diplomática para ingresar a la Casa Imperial, estaba muy angustiada porque no se le permitió realizar visitas al extranjero durante mucho tiempo. Ella ha trabajado duro para adaptarse a este nuevo entorno durante los últimos 10 años pero, por lo que puedo ver, creo que se ha agotado completamente en este intento”, dijo entonces el príncipe heredero.

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