viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

Muchos se entusiasmaron con etiquetar # MeToo argentino los sucesos que siguieron a la denuncia de abuso sexual presentada desde el colectivo Actrices Argentinas. Más allá de la comunidad de espíritu con los distintos movimientos que están reclamando un mundo con más equidad y menos violencia, la etiqueta que vincula este caso con el que en Estados Unidos reactivó el “yo también” como consigna contra los abusos sexuales los une tanto como los diferencia.

Como ocurre con las demás instituciones frente a estas demandas, el periodismo puede brindar respuestas estructurales o paliativos oportunistas. Los medios pueden convertir las declaraciones personales en un morboso juicio sumario o aportar información que oriente y consolide los cambios sociales.

A partir de los rumores alrededor de los abusos cometidos por el productor Harvey Weinstein , The New York Times publicó el 5 de octubre de 2017 un reportaje periodístico de 3500 palabras. La investigación de Jodi Kantor y Megan Twohey con la colaboración de tres periodistas abarcó sucesos de tres décadas, que dieron el marco para que ocho mujeres aceptaran hacer públicas sus acusaciones, que fueron contrastadas con otras fuentes a favor y en contra del fundador de Miramax. Unas semanas después, The New Yorker publicó otro reportaje de ocho mil palabras a cargo del periodista y abogado Ronan Farrow que dedicó diez meses a buscar evidencias y testimonios de 13 mujeres que en los últimos 15 años habían padecido los abusos de Weinstein, que a su vez contrastó con 16 empleados y colaboradores del acusado. Los dos reportajes trataron el tema con delicadeza, pero sin perder rigor, enfocándose en las circunstancias generales, más que en los detalles personales. Y sin olvidar el riesgo que asumían fuentes y periodistas al acusar a un miembro destacado del Sindicato de Productores Estadounidenses y de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. No se trataba solo de mujeres contra la cultura patriarcal, sino también de periodistas lidiando con el poder real.

Entre ambas publicaciones, la actriz Alyssa Milano invitó en Twitter a quienes habían padecido algún tipo de abuso sexual a publicar #MeToo como estado de sus redes para dar una idea de la magnitud del problema. Ahí se reactivó la consigna demetoomvmt.org , que llevaba más de una década de trabajo social “con una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños que son abusados sexualmente cada año y que cargan con esas heridas hasta la edad adulta” según dijo su líder, Tarana Burke, en una charla TED. Lo que recuerda que esto que vemos no es el inicio de un movimiento, sino la popularización de iniciativas que llevan años trabajando en un problema que atraviesa géneros, países, edades y clases sociales.

En EE.UU., muchas mujeres acompañaron y potenciaron las investigaciones periodísticas, que fueron ratificadas por el Pulitzer y por claros efectos sociales. Según el balance que hizo el mismo diario, durante el año que siguió a las publicaciones en Estados Unidos 920 personas denunciaron por acoso o abuso sexual a doscientos hombres en lugares claves, cuyos empleos habían sido hasta ese momento reasignados a 54 mujeres y 70 hombres. En el caso reciente de la Argentina, la iniciativa ha quedado en las víctimas, y la mayoría de medios y programas de noticias y de espectáculos poco más agregan a esas denuncias y declaraciones que opiniones y comentarios. Pero periodismo no es transcribir el dolor íntimo compartido en un estado colectivo de sensibilidad extrema y venderlo como exclusiva. No se trata tampoco de desmenuzar las declaraciones como si las confesiones de parte relevaran al periodismo de aportar pruebas que fortalecerían no solo la posición de las víctimas, sino también la toma de conciencia.

Más información: http://bit.ly/2GsJdE8

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