jueves 28 marzo 2024

Recomendamos: Comprar mucho le sale caro a la Tierra

por etcétera

¿Tiene en su armario desde hace más de un mes ropa con la etiqueta aún puesta? ¿En algún cambio de temporada o reorganización ha descubierto una prenda cuya existencia había olvidado? ¿Se ha dado cuenta —con pavor— de que la camiseta negra que acaba de comprar es exactamente igual que otras tres que se amontonan en un cajón (ponga aquí el objeto y la cifra que mejor represente su compulsión)? ¿Cuánta ropa atesora que no se ha vuelto a poner desde que la estrenó? Tranquilo: no está solo. Pero ya sabe qué tipo de consuelo es ese. El ciclo de consumo espídico en el que estamos inmersos hace que jubilemos las prendas cada vez más pronto, lo que se traduce cada año en 500.000 millones de euros tirados a la basura o, en el mejor de los casos, al contenedor de reciclaje, según recoge el último informe elaborado por la agencia McKinsey & Company en colaboración con el portal especializado en moda The Business of Fashion.

Este desperdicio se cifra entre 10 y 14 kilos anuales por español, según la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil. El país europeo que más prendas consume, Reino Unido, alcanza las 300.000 toneladas. Y solo en las 800 tiendas de Zara dotadas de contenedores desde 2015 se han recogido ya más de 34.000. Pero hay una cifra aún más devastadora: solo el 1% de la fibra textil se recicla, según datos de la Fundación Ellen Mac­Arthur, referente mundial en la promoción de la economía circular. Este ingente despilfarro ha contribuido a convertir a la industria textil en la segunda más contaminante del mundo. Un sector que, de seguir así, será responsable de un 25% de las emisiones de CO2 en 2050.

Llegados a este punto, como reivindica la activista Ellen MacArthur, no basta con hacer menos daño. “Tenemos que cambiar la forma en la que fabricamos, pero también en la que usamos la ropa”. Utilizar algodón orgánico y nuevos materiales biodegradables está bien —alivia conciencias y ahorra recursos—, pero resulta insuficiente.

Por eso, entre otras razones, cada vez más gente apuesta por una nueva forma de consumir moda que es tan antigua como el hilo negro. Y que se basa en el método de las tres erres: reutilizar, reparar y reciclar. El objetivo es comprar menos y mejor. Que la ropa tenga una vida más larga y eficiente. También porque, en ese círculo vicioso que nos lleva a acumularla como si fuese gratis, pierde valor independientemente del precio que marque su etiqueta. Cuando hay yogures que duran más en la nevera que vestidos en el armario, la moda se convierte en algo fugaz e irrelevante: un bien de usar y tirar. Eso defiende Cynthia Bagué, una bloguera de moda que el 1 de enero de 2016 se levantó con un propósito de año nuevo kamikaze (teniendo en cuenta su forma de ganarse la vida): no hacer ni una sola incorporación a su armario hasta 2017. Cierto que el suyo recibía año tras año muchas más piezas que las 34 que, de media, adquiere cada español; y que gracias a ello consiguió superar el “síndrome de abstinencia”. Por el camino, ahorró dinero, descubrió que tenía los altillos llenos de tesoros olvidados y confirmó que, como la mayor parte de la gente, cumplía “la regla del ­80­-20”, que reza que el 80% del tiempo usamos solo el 20% de nuestra ropa: “Con la que nos sentimos más cómodos y que nos representa”. Desde entonces, cuenta que consume muchas más piezas vintage: “Son las más antiguas que tengo, claro, pero, como están cosidas primorosamente y hechas con telas estupendas, se encuentran en mejores condiciones que muchas nuevas”. Además, ha empezado a organizar fiestas de intercambio de ropa con amigas, pero también otras abiertas a un público cada vez más implicado a través de Instagram. El mercado de ropa usada y de segunda mano siempre ha estado ahí, pero desde hace unos años ha sufrido un gran auge motivado fundamentalmente por el revival constante que imponen las pasarelas. Las marcas de lujo saquean sin remordimiento la estética de décadas pasadas para construir sus colecciones y hoy casi cualquier prenda rescatada de los setenta, ochenta o noventa puede pasar del baúl de los recuerdos a la calle sin necesidad de grandes adaptaciones.

Más información: http://bit.ly/2lbPavE

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