jueves 28 marzo 2024

Recomendamos: Ciudadano Hearst, por Teresa Amiguet

por etcétera

Aquellos que alguna vez hayan recorrido en coche la Highway 1, la carretera de la costa californiana que atraviesa las playas más bellas del mundo, es posible que hayan tenido la tentación de desviarse hacia el interior al leer un cartel que dice  Castillo Hearst ”. ¿Un castillo en Estados Unidos, un país fundado a finales del siglo XVIII? Su dueño realmente tuvo que ser alguien muy excéntrico. Y si suben hasta él, verán grandes torres inspiradas en iglesias españolas, piscinas construidas en carísimo mármol que parecen pertenecer a un emperador o salones góticos. Sí, William Randolph Hearst era un ostentoso y fanfarrón millonario.

Pero más allá de sus vanidosas demostraciones de grandeza, Hearst fue algo más. Un innovador de nuestro tiempo, un auténtico creador. No de la forma que lo puedan ser un científico o un informático, pero con una influencia igual o mayor, aunque no la podamos calificar de positiva. Porque Hearst creó uno de los productos que más éxito tiene en la sociedad de masas, aunque al mismo tiempo sea uno de los productos de los que más se abomina. Hablamos del periodismo sensacionalista.

La comunicación populista y manipuladora, aquella que toma un acontecimiento real para deformar su interpretación, o que dedica un espacio privilegiado no a los hechos más importantes, sino a aquellos que más excitan los bajos instintos del público (sucesos, la vida privada de los famosos, la exhibición pública de los sentimientos) nace toda ella con William Randolph Hearst, el hijo de un millonario propietario de grandes yacimientos mineros que, a los 24 años y tras ser expulsado de la universidad de Harvard, ávido de nuevas sensaciones decidió dirigir un diario. El periódico era el venerable y respetado The San Francisco Examiner , que su padre, según se decía, había recibido en pago por una deuda de póker. La calidad del diario era inversamente proporcional a su salud financiera. El joven Hearst decidió convertirlo en un éxito y lo consiguió con una decisión fundamental que lo adaptaba a los nuevos tiempos: dejó de ser un periódico vespertino y pasó a editarse por las mañanas. El contenido también experimentó un giro radical: titulares espectaculares, asuntos truculentos, mucho patrioterismo y la colaboración especial de los mejores escritores americanos de la época, fichados a golpe de talonario, como Jack London (él mismo natural de San Francisco), Mark Twain o Ambrose Bierce.

Más información en: La Vanguardia

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