viernes 29 marzo 2024

Recomendamos: Caravaggio, el pintor de los cuadros desaparecidos, por Guillermo Altares

por etcétera

Caravaggio (Milán, 1571-Porto Ercole, 1610), el gran artista del Barroco y de la Contrarreforma, fue un pintor muy apreciado en su época, cuyos servicios se disputaban nobles y cardenales, que encima le ayudaban a salir de todos los líos en los que se metía. Porque además de un creador que revolucionó la historia del arte, Caravaggio, seudónimo de Michelangelo Merisi, fue un asesino pendenciero ―algunos biógrafos creen que incluso llegó a ser un proxeneta― que tuvo que huir varias veces para evitar la cárcel. Tras su muerte, su obra cayó en el olvido, aunque fue recuperada en los años cincuenta del siglo pasado por el crítico de arte y profesor italiano Roberto Longhi. La combinación de vida criminal y olvido ha hecho que muchas pinturas se perdiesen a lo largo de la historia: la obra y la vida de Caravaggio se pueden contar también a través de sus cuadros desaparecidos.

Tras el redescubrimiento por parte de Longhi, Caravaggio se convirtió en uno de los pintores más deseados y buscados, en un símbolo de poder que se disputaban museos y coleccionistas de todo el mundo. El problema es que el número de caravaggios indiscutibles desperdigados por numerosos países no llega a las 70 obras, 20 de las cuales se encuentran en Roma. Es imposible saber cuántas se han perdido: Noah Charney calcula en su libro Museum of Lost Art que entre ocho y 115, una horquilla desconcertantemente alta, pero que refleja los enormes huecos que existen en la vida del artista. La inmensa mayoría de los documentos que se conservan sobre él son judiciales, consecuencia de sus crímenes, y en cambio existen muchos menos papeles sobre su trabajo como artista, por lo que resulta difícil saber cuántas obras pintó pese a que se le han dedicado innumerables biografías.

Dos caravaggios se perdieron en la batalla de Berlín durante la Segunda Guerra Mundial, otro fue robado por la mafia en Palermo y otro desapareció en un terremoto en Nápoles en 1798. Tampoco se sabe si se perdieron obras cuando fue desahuciado en Roma o cuando tuvo que salir disparado de la ciudad tras cometer un asesinato. Es seguro que cuando falleció, durante su viaje de regreso a la capital, se desplazaba con tres pinturas con las que pretendía comprar su perdón al poderoso cardenal Scipione Borghese, de las que solo se conserva un San Juan expuesto precisamente en la galería Borghese de Roma.

De hecho, cuando Caravaggio murió en Porto Ercole, el secretario de Estado del Vaticano envió una misión para saber no tanto lo que había sido del artista “sino lo que había pasado con su equipaje”, escribe Peter Robb en M. El enigma Caravaggio (Alba). “Sin duda había estado esperando que llegara a Roma con un cúmulo de pinturas nuevo, el quid pro quo por el perdón que había elaborado trabajosamente”, explica el experto australiano, quien señala que dos de los hombres más poderosos de Italia en aquel momento, el virrey de Nápoles y el secretario de Estado, se disputaban aquellos cuadros.

Pero al igual que los caravaggios desaparecen, vuelven a resurgir de forma misteriosa. Una de las noticias culturales del año ha sido la aparición en una subasta en Madrid de un eccehomo atribuido en un principio a un autor desconocido y con un precio de salida de 1.500 euros. Sin embargo, en apenas unos días los especialistas en el pintor barroco lo identificaron como un caravaggio sin ningún género de dudas y comenzaron a surgir documentos que lo relacionaban con el pintor: en el mercado internacional podría haber alcanzado los 100 millones. No se ha llegado a saber cuándo lo pintó –seguramente en la primera etapa napolitana–, pero sí cómo llegó a España (a través del conde del Castrillo) y como acabó en poder de la familia Pérez Castro (por una permuta con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando).

Se trataba de un cuadro cuya existencia era conocida por los expertos, ampliamente documentado, con al menos dos copias de época, pero parecía que se lo había tragado la historia. Lo mismo ocurrió con una de sus obras más significativas, el Prendimiento de Cristo –que contiene un autorretrato del pintor–, una metáfora brutal sobre el poder del Estado pintada en los tiempos oscuros de la Contrarreforma, en 1602. Fue propiedad de la familia Mattei hasta el siglo XIX y luego se esfumó. Había acabado en el refectorio de los jesuitas de Dublín. Cuando decidieron restaurarlo en 1990, consultaron al historiador del arte italiano Sergio Benedetti, que entonces trabajaba en la Galería Nacional de la capital irlandesa. Aunque sospechó desde el principio que se encontraba ante un caravaggio perdido, Benedetti tardó tres años en autentificarlo y en trazar la historia de los diferentes propietarios. Hoy es una de las joyas de la Galería Nacional de Dublín.

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