jueves 28 marzo 2024

Recomendamos: Qué es el “pensamiento catedral”, una de las grandes lecciones de 2020 según el filósofo Roman Krznaric

por etcétera

Cuando el filósofo australiano Roman Krznaric habla de América Latina es evidente que lo hace con un gusto tremendo.

Le cuenta a BBC Mundo sobre “la enorme espontaneidad y conexión emocional” que encontró.

Y aunque ha visitado varios países de la región a lo largo de los años, le marcó profundamente convivir con indígenas en Guatemala.

Allí, dice, obtuvo “una visión completamente diferente de la vida”, en gran parte gracias “al increíble vínculo que tienen con la tierra”.

“Y creo que la conexión con el mundo vivo que encuentras en la cultura maya es realmente valiosa en medio de la cultura de consumo hiperurbano de hoy”.

La idea de que “necesitamos reconectarnos con la tierra y con los largos ciclos del tiempo” lo cautivó.

Y es que precisamente en su libro The Good Ancestor (El buen antepasado), Krznaric, quien enseñó sociología y política en la Universidad de Cambridge, denuncia que vivimos en “la era de la tiranía del ahora”, que tiene un “cortoplacismo frenético” en la raíz de las crisis que estamos enfrentando.

Pero cree que contamos con “talentos exclusivamente humanos” para contrarrestarlo. Por eso nos habló del “pensamiento catedral”, de lo que denomina como “rebeldes del tiempo” y de movimientos inspiradores en todo el mundo, como el “diseño futuro” en Japón.

Lo que sigue es un extracto del diálogo que mantuvo con BBC Mundo.

¿Por qué cree que cortoplacismo se ha convertido en una constante en la forma en que vivimos?

Hoy en día cuando la gente habla de cortoplacismo, inmediatamente pensamos en que nuestros teléfonos celulares son el problema. Los revisamos 110 veces al día, estamos inmersos en una distracción digital.

Pero las raíces son mucho más antiguas. En Europa, se remonta al reloj del Medioevo, cuando el tiempo empezó a ser medido y a dividirse en pequeñas fracciones.

En el siglo XIV, los primeros relojes medían cada hora. Hacia el siglo XVIII, ya medían cada minuto y para el XIX, tenían el segundero. Y eso ha hecho que el tiempo se acelere. Ahora tenemos operaciones bursátiles que se hacen en nanosegundos.

Una de las razones por las que el cortoplacismo es un gran problema ahora es porque nos hemos dado cuenta de que en el siglo XXI tenemos muchos desafíos a largo plazo: está el cambio climático y la pérdida de biodiversidad; las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial y el bioterrorismo, por ejemplo.

Hay muchos temas que requieren pensar a largo plazo y la pandemia es uno de ellos.

Sabemos que los países que habían creado planes pandémicos a largo plazo han enfrentado el virus más efectivamente que los que no, por ejemplo, Estados Unidos o Brasil.

Esa es una de las razones por las que sabemos que la planificación a largo plazo importa ahora más que nunca.

Para mí ha sido interesante ver lo que se ha comentado a propósito de mi nuevo libro: cuántas personas del ámbito médico o de la salud pública han dicho que no hay suficiente planificación a largo plazo en ese sector, ya sea en el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido o en los sistemas sanitarios de otros países.

Creo que la pandemia nos está haciendo ver los problemas a corto plazo, pero necesitamos crear resiliencia en nuestros sistemas de salud para planificar nuestra respuesta a las pandemias que podrán venir.

Y ya empezamos a conseguir que cada vez más gobiernos se den cuenta de lo que necesitan, no solo en respuesta a algo como covid-19, sino en términos de planificación a largo plazo con otros temas, como la crisis climática.

En su libro habla de la importancia del “pensamiento catedral”. ¿En qué consiste y cómo se puede desarrollar?

El pensamiento catedral es la capacidad de concebir y planificar proyectos con un horizonte muy amplio, tal vez décadas o siglos por delante y, por supuesto, se basa en la idea de las catedrales medievales. En Europa, la gente comenzaba a construirlas y sabía que no las verían terminadas en el transcurso de sus vidas.

Se trata de hacer algo con una visión a muy largo plazo. Los seres humanos han sido muy buenos en ese tipo de pensamiento, mucho más de lo que nos imaginamos.

Esa forma de pensar permitió levantar la Gran Muralla China o viajar al espacio, construir Machu Picchu o Brasilia: no sólo era actuar para el aquí y el ahora.

Creo que es una habilidad que podemos desarrollar. Las empresas pueden hacerlo para crear planes de sostenibilidad de 100 años. De hecho, ya muchas lo están haciendo. Los gobiernos también pueden hacerlo.

Te doy un ejemplo muy específico: ¿recuerdas el accidente nuclear en Japón tras el terremoto y tsunami de 2011?

La planta de Fukushima se derrumbó y provocó un desastre, pero hubo otra planta llamada Onagawa que fue golpeada por el tsunami de una manera incluso más fuerte, pero sobrevivió porque el ingeniero que la diseñó la construyó unos 30 metros más alta de lo que realmente se necesitaba.

Él sabía que podría llegar un tsunami, aunque en ese momento quizás no había una posibilidad muy elevada. Ese es un pensamiento a largo plazo, es el tipo de pensamiento que necesitamos.

Algunas ciudades europeas, como Ámsterdam, están planeando no tener automóviles que funcionen con combustibles fósiles en sus calles después de 2030. Quieren una economía 100% circular a partir de 2050.

¿Cuáles son las implicaciones del cortoplacismo no sólo desde una perspectiva personal sino para la democracia como sistema?

Considero que hay un problema terrible con la democracia y es que no les damos derechos o una voz representativa a las generaciones futuras.

Sabemos que nuestros políticos apenas pueden ver más allá de las próximas elecciones o del último titular. Pero también sabemos que nuestras acciones están teniendo consecuencias en todas las generaciones futuras.

Me di cuenta de esto en parte porque en los años 90 me desempeñé como científico político y, aunque aparentemente era un experto en democracia, nunca se me ocurrió que estuviésemos privando de sus derechos a esas generaciones a las que no les dimos un lugar, incluso cuando han sido afectadas por nuestras acciones.

Existen algunos movimientos realmente inspiradores en diferentes partes del mundo que le están tratando de dar un lugar a las generaciones venideras.

En mi libro The Good Ancestor, escribí sobre un movimiento en Japón que se llama “diseño futuro”, el cual se basa en una idea que practican comunidades aborígenes estadounidenses y que consiste en que en el proceso de toma de decisiones se considera el impacto de una decisión en las siguientes siete generaciones.

En Japón, invitan a los habitantes de una localidad determinada para que discutan y diseñen los planes para ese lugar.

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