jueves 28 marzo 2024

Recomendamos: “No tengo WhatsApp y no pasa nada”. Las ventajas de abandonar la aplicación (no solo por la privacidad)

por etcétera

La fecha para aceptar la actualización de la política de privacidad de WhatsApp ya ha pasado. De momento, los usuarios que no les dieron el visto bueno el sábado 15 de mayo siguen usando la aplicación sin problema. La compañía seguirá mostrando “durante varias semanas” un recordatorio a quienes no han aceptado. Pasadas esas semanas, el recordatorio será “persistente” y solo se podrá interactuar con WhatsApp mediante notificaciones: cuando llegue un mensaje se podrá responder, pero no se podrá acceder a la lista de chats.

Quizá haya millones de personas en ese limbo, bajo la futura guillotina de WhatsApp. Solo la compañía sabe la cifra y, después de la contundencia de enero, cuando amenazaron con el cierre de su cuenta a quien no aceptara, esta vaguedad con los plazos puede indicar que hay muchos usuarios aún con dudas.

WhatsApp es la aplicación de mensajería más usada de largo en España y América Latina. La compañía no revela cifras, pero ninguna alternativa se le acerca en las clasificaciones. Esta ventaja apabullante genera un efecto red obvio: si usas el móvil para mensajes, lo más lógico es estar en WhatsApp, donde está todo el mundo. En países como Brasil hay además compañías que ofrecen tarifas especiales donde WhatsApp no usa datos del móvil, con lo que no supone gasto.

Pero también hay gente que decide no usar WhatsApp. EL PAÍS ha querido saber por qué y ha hablado con siete personas que no tienen la aplicación en sus móviles.

El rechazo a ceder los datos

WhatsApp es propiedad de Facebook, cuyo modelo de negocio esencial es la publicidad. La compañía procura afinar el perfilado de sus clientes (para mostrarles anuncios personalizados en Facebook e Instagram) o mejorar las opciones para que las empresas contacten con ellos en WhatsApp. Para todo ello necesitan información sobre sus usuarios y hay gente que se ha cansado. “Irme de WhatsApp es mi recurso de la pataleta de no pasar por el aro de Facebook”, dice Juan Escudero, jubilado de 68 años residente en Cantabria.

Isaac Tejero, empleado de 48 años de la feria de muestras de Basilea (Suiza), da más detalles sobre sus problemas con la privacidad: “Me molesta la cantidad de datos que compilan. Esa ligereza con nuestros datos personales no me es aceptable: ubicación, hora de transmisiones, identificadores. No me hace gracia el perfilado que pueden crear por motivos comerciales o lo que sea. Creo que mis datos valen más que el uso de unas aplicaciones gratuitas”. Sus razones son comunes, pero no únicas.

La mayoría de las personas consultadas valora la calma que obtienen al salir de WhatsApp. Hay varios tipos de tranquilidad. Primero, huir del spam (mensajes no deseados) bienintencionado. “Me ahorro los interminables diálogos-monólogos de gente que necesita comunicar que tiene una nueva mascota pero requiere 35 líneas, 50 emoji y docenas de signos de puntuación y admiración, además de chistes viejos, historias en Power Point de cisnes en un estanque, puestas de sol interminables con acompañamiento de violines o las invocaciones a santos y vírgenes”, dice Rosa Salom, de 68 años, profesora universitaria en Venezuela que vive en Málaga desde hace diez años.

Para María Jesús Gullón, diseñadora de producto de 37 años de Zamora, el problema era más serio. “Dejé WhatsApp por mi trabajo y por el bien de mi salud”, dice. “Recibía notificaciones a cualquier hora, invadía mi vida privada, no desconectaba del trabajo, llegó a crearme adicción. Estaba todo el día pendiente de si recibía mensajes y de si ‘habían leído’ lo que fuera que hubiese enviado”, añade.

¿Pierdes la conexión con gente? Sí.

En enero este periódico habló con Mercè Porta, una exprofesora de Barcelona de 60 años. Había abandonado WhatsApp. Una de sus preocupaciones era si desconectaría de amigos y grupos. Ahora lleva cuatro meses fuera de la aplicación y, efectivamente, ha ocurrido. “He perdido contacto con muchas personas que no tienen ningún otro sistema de mensajería, especialmente grupos”, dice, “y de momento no pasa nada”.

No es el único caso. En general quienes abandonan WhatsApp valoran haber vuelto a las llamadas de teléfono y salir de una especie de serenata social absurda donde la gente habla por hablar, solo por tener acceso a una aplicación masiva. “Mi comunicación se ha desarrollado en el habla y el círculo de personas que necesita comunicarse conmigo es más preciso, más directo y me ahorra el proceso que conlleva los protocolos de esta herramienta”, dice Claudio Rojas, artista visual de 55 años residente en Santiago de Chile.

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