viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

Maria Callas fue un mito, la gran dama del bel canto, y también la protagonista de una de las historias de amor más tormentosas de los últimos tiempos a la que muchos atribuyen la debacle de una carrera que solo había hecho que ascender. Cuando el millonario armador griego Aristóteles Onassis se cruzó en su camino y, como ella misma dijo, la hizo sentirse “la reina del mundo con su irresistible picardía”, la convirtió también en “un animal domesticado”. Estas declaraciones no son nuevas y pertenecen al documental Maria by Callas: In her own words, de Tom Volf que se presentó en 2017. Pero que los recovecos de la vida de la diosa de la ópera no tienen fin y, como buen ídolo que se precie, la búsqueda de nuevos datos sobre ella lleva una y otra vez a nuevos descubrimientos, es un hecho.

Lyndsy Spence se ha pasado los dos últimos años de su vida examinando tres colecciones distintas de material sobre Maria Callas que nunca había visto y su investigación ha dado lugar a una nueva biografía sobre la cantante, Cast a diva: The hidden life of María Callas que, como su título indica, indaga en su vida más escondida. Entre las revelaciones de este nuevo libro hay lugar para las sorpresas pese a lo mucho que se ha escrito sobre Callas. Y el resumen es que ella, que interpretó tantas tragedias griegas sobre el escenario, vivió una aún mayor en su vida real. Del dolor que experimentó tras enamorarse perdidamente de Onassis y terminar por darse cuenta de que no la amaba a ella “sino a lo que representaba”, se ha dado cumplida cuenta. Pero en ningún momento se ha publicado que el armador griego llegó a drogar a la soprano para poder tener sexo con ella.

Entre las cartas más impactantes de las consultadas para esta obra se encuentra una que Callas dirige a su secretaria cuando ya el naviero está casado con Jackie Onassis, viuda del presidente estadounidense John F. Kennedy. En ella la cantante confiesa que Onassis la amenazó físicamente y en el diario de una de sus amigas más cercanas se puede leer que llegó a drogarla por razones sexuales, algo que hoy sería claramente tipificado como abuso sexual.

Tampoco parece que la prima donna tuviera suerte con su marido, el industrial italiano Giovanni Battista Meneghini, de quien afirma que es “un piojo”. Y añade: “Mi esposo todavía me molesta después de haberme robado más de la mitad de mi dinero al poner todo a su nombre desde que nos casamos. Fui una tonta al confiar en él”. Tampoco sale bien parado Peter Menin, entonces presidente de la famosa escuela dedicada a las artes The Juilliard School de Nueva York. De él Callas afirma que, tras rechazar sus avances e insinuaciones sentimentales o sexuales, se le impidió regresar a la institución a enseñar.

Ni su madre queda libre en este cruce de confesiones de una mujer que se siente traicionada por los más cercanos a ella. De su progenitora María Callas afirma que llegó a vender historias de ellas a la prensa y que la chantajeó. Tampoco parece que encontró grandes aliados entre compañeros de profesión, al menos no en la soprano Renata Tebaldi, con quien los medios de la época airearon un sonado enfrentamiento después de que dijera: “Tengo una cosa que Callas no tiene: corazón”. Aunque ambas desmintieron entonces esta supuesta rivalidad, los documentos consultados ahora demuestran que sí la hubo y que Callas hablaba de sus respectivas voces diciendo que equipararlas era “como comparar champán con coñac” o que Tebaldi “era desagradable y astuta”.

En cualquier caso la etapa más atormentada de su vida estuvo relacionada con Aristóteles Onassis con quien se relacionó entre 1959 y 1968. Con él abandonó el personaje histriónico, maniático y algo caprichoso que todo el mundo escuchó y amó, para mostrarse como una mujer de deseos sencillos y corazón abierto que, lejos del escenario, leía recetas de cocina y coleccionaba carillones. Pero la relación con el riquísimo y polémico empresario fue siempre extrema y muy alejada de la serenidad familiar que María Callas buscaba desesperadamente. La pasión, el amor y la tormenta de aquella relación acabó en 1968, cuando Onassis la abandonó para casarse con Jacqueline Kennedy, un trofeo aún más preciado que ella por su elegancia, mesura y por ser la viuda del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, asesinado cinco años antes.

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