viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

A principios de mes, falleció Maureen Cleave, con 87 años. Hoy, quizás su nombre solo signifique algo para los estudiosos de los Beatles; ella fue de los pocos miembros de la prensa con acceso al grupo. Acceso tan estrecho que, durante un tiempo, se creyó que era la protagonista de Norwegian Wood, elíptica crónica lennoniana de una aventura extramatrimonial. Y no.

Graduada en Historia Moderna por Oxford, Cleave ejercía de secretaria en el London Evening Standard cuando consiguió el encargo de inaugurar una sección dedicada al pop, Disc Date. Tuvo suficiente agilidad para viajar a Liverpool en 1963 y entrevistar a un grupo que iba camino de conseguir su primer número uno con Please Please Me. Aunque diez años mayor que George Harrison, el aspecto juvenil de Maureen gustó a The Beatles. Fue sometida a bromas inocentes y pasó las pruebas con nota: entró en la pandilla. Tanto que Lennon aceptó sus sugerencias para un par de versos de A Hard Day’s Night.

Durante la beatlemanía, que una periodista tuviera línea directa con el grupo era una garantía de empleo asegurado. Así, Cleave podía llamar a Lennon y proponerle una crónica de su cotidianidad. El gancho estaba en que John tenía su casa —al igual que George y Ringo— en Weybridge, zona residencial favorita de banqueros y corredores de bolsa. En realidad, McCartney, instalado en la capital, era el único beatle con vida social y cercanía a la bohemia.

Hoy sería imposible tal reportaje (habría al menos un agente de prensa vigilando y condiciones previamente pactadas). Pero Maureen lo logró y su texto se publicó el 4 de marzo de 1966, bajo el titular ¿Cómo vive un beatle? John Lennon vive así. No había maldad en Cleave, aunque tampoco se mordía la lengua. Aunque con tono amable, presentaba a un Lennon caprichoso, manirroto, indolente, sin sentido del tiempo, ajeno a su familia. La casa estaba llena de televisores, magnetófonos y caprichos que en algún momento parecieron una idea genial: una armadura, un traje de gorila. Su librería incluía los coloristas tomos de Guillermo Brown junto a esos clásicos encuadernados en cuero destinados a amueblar mansiones de nuevos ricos.

Y coches, muchos coches de lujo. Entre ellos un rolls royce que algunos viandantes confundían con el de la Reina. Sin embargo, Isabel II nunca hubiera pensado en el equipamiento extra exigido por el beatle: cama plegable, frigorífico e —indispensable— televisor. Lennon presumía de haber leído “millones de libros”, pero parecía amorrado a la teta electrónica.

El texto incluía una rotunda declaración de Lennon para la historia: “El cristianismo desaparecerá. Se encogerá y se evaporará. No tengo ni que discutirlo: estoy en lo cierto y el tiempo lo demostrará. Ahora mismo somos más populares que Jesucristo. No sé si el cristianismo durará más que el rock’n’roll. Jesucristo era un buen tipo, pero sus discípulos han resultado cortitos y vulgares. Manipularon sus enseñanzas y eso me fastidia.”

En el Reino Unido, con su tradición de excéntricos y provocadores, esas palabras de John Lennon pasaron desapercibidas. No así en Estados Unidos, donde una revista para adolescentes, Datebook, se apresuró a destacarlas (curiosamente, la portada de ese número estaba ocupada por Paul McCartney, el más deseable de los Beatles por su soltería). Y empezó una tormenta perfecta.

WAQY, una diminuta radio de Alabama, sugirió a sus oyentes que quemaran sus discos de The Beatles. Otras emisoras del Sur Profundo anunciaron un boicot de “ese grupo de cantantes extranjeros”. La prensa nacional se hizo eco y la furia se desbordó: un senador de Pensilvania exigió a los promotores que no los contrataran en su Estado. Y es que The Beatles iniciaban pocos días después, el 12 de agosto, su tercera gira por EE UU y Canadá.

Los Beatles llegaron amedrentados. Acababan de pasar por un susto de muerte en Filipinas, donde un malentendido con Imelda Marcos, la esposa del dictador, desembocó en agresiones. Se montaron conferencias de prensa para que Lennon explicara sus comparaciones con Jesucristo y el cristianismo. No pudo revelar la causa inmediata: que en aquella cita con Maureen seguramente estaba hasta arriba de marihuana.

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