miércoles 24 abril 2024

“Uy, qué horror, una señora vendiendo garnachas”

por Marco Levario Turcott

Estoy seguro de que ustedes coinciden conmigo en que hoy es un gran día. Un día de fiesta no sólo nacional, incluso ni principalmente nacional, sino mundial. Sin duda, lo festejamos en todos los rincones del planeta, o en casi todos. En Alemania, por ejemplo, desde muy temprano, y ahora nosotros lo hacemos, desde luego, y aportamos un granito de arena para sumarnos a los parabienes. Sí, un día como hoy, en 1685, nació el músico más grande de todos los tiempos: fue compositor, director de orquesta, maestro de capilla, cantor y profesor alemán del período barroco. Me refiero, claro está, a Johann Sebastian Bach, porque antes que nada, creo, debemos siempre dar un vistazo al universo antes que a nuestras aldeanas efemérides que refieran a la primera, el natalicio de Benito Juárez, o a la inauguración de aquella verguenza llamada Aeropuerto Felipe Ángeles.

Qué gran distancia hay entre el culto a la personalidad de Bach y el culto a la personalidad de un presidente de México ignorante, corrupto y ansioso de poder. Cuánta diferencia hay entre la profundidad intelectual, la perfección técnica y la belleza artística de los Conciertos de Brandeburgo y los “dijistes” del Ejecutivo, sus contradictorias prédicas franciscanas y su defensa de hombres impresentables como Alejandro Gertz Manero. Pero aquí nos tocó vivir, y será otro día, o en el ámbito privado, donde podemos brindar por Tocata y fuga. Esta noche debemos hablar -el registro de la historia así lo exige- de un monumento más a la ineficacia y la propaganda, un escape de la demagogia frente a la realidad, el tema que exacerbó desde muy temprano la conversación pública.

Ni modo, entre hablar de Bach y su influencia en Mozart y Beethoven, hay que referirnos a un enano que gusta de concentrar los aplausos y los elogios, aunque su inoperancia aplaste al país día con día. Sí, de López Obrador, que una vez más contravino sus promesas: con el nuevo aeropuerto no resolvió el tránsito aéreo y menos revirtió el deterioro ambiental del lago de Texcoco, como dijo que haría entre otros milagros suyos, porque, ya lo sabemos, si siente el redentor. No hablemos entonces de la influencia de Bach sobre Chopin, ni modo. Hay que hacerlo del espejo de este hombre enano que hoy tuvo su fiesta; su espejo es Lord Molécula, imagínense, un arlequín de esos en los que se apoya el régimen para despreciar con ello a la gente mexicana.

Hoy, López Obrador no se sintió Juárez ni la razón de la primavera. Hoy, simplemente, volvió a ser el centro de la atención. Cree que se trata de otro triunfo más, el suyo por ser un gran comunicador que distrajó la atención de la denuncia que, apenas la víspera, en el semanario Proceso hizo Julio Scherer Ibarra, el otrora poderoso consejero jurídico de la Presidencia: el fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero, le pidió auxilio para refundir en la cárcel a su cuñada Laura Morán y a su sobrina, Alejandra Cuevas. El poderoso fiscal le habría dicho que “sólo un favor” le había pedido, y se lo negó: “Usted podía haber elegido entre un fiscal amigo o un fiscal enemigo”.

Scherer fue enfático: “La fiscalía no tiene contrapesos constitucionales y hoy es un peligro. No voy a cesar en la denuncia de sus atropellos”, señaló mediante una carta publicada en la revista de la que es copropietario.

Y en las siguientes horas, el silencio.
El presidente no quiso hablar de ello. Es su día de fiesta y nadie se lo va a estropear. Dijo en menos de dos minutos que las diferencias son humanas y que no iba a distraerse con esos temas si aluden a componendas, corrupción e injusticias. Ya lo había declarado antes la senadora Olga Sánchez Córdero: no diría nada más allá de que sus diferencias con Scherer Ibarra eran públicas y notorias, y que, entonces, hablará la justicia de la que ella dice ser aliada. Ahí está la amenaza velada, sin duda, y también la palabra de la exsecretaria de Gobernación que dice está siempre con la legalidad. Sí, Sánchez Córdero, la misma mujer que condenó en público la famosa Ley Bonilla y que en privado la festejó junto al gobernador que quería ejercer más años el cargo de lo que la ley le permitía. Sí, Sánchez Cordero, la misma que en su declaración patrimonial omitió la propiedad de un departamento en Houston.

No es tiempo de hablar de Bach. Vamos, ni siquiera existen las audiencias en México para superar la atención que sobre éstas ejercen los pleitos entre doña Cuquita y Televisa sobre la serie de Vicente Fernández. Es, en definitiva, más atractivo referirnos a las tlayudas que una doña inteligente y aspiracionista ofreció a los asistentes a la fiesta del presidente enano para amainar el apetito. Y es que no había donde comer en las instalaciones que aún no han sido terminadas. Entre las tlayudas y el resfresco debemos aceptar que abundaron expresiones de clasismo. Tengo amigos que se escandalizaron con eso. No coincido con ellos. “Uy, qué horror, una señora vendiendo garnachas”, aunque el tema, en efecto, no es ese sino, reitero, que aún no concluído este espacio que es, más bien, un aeródromo.

A mí me encantan las memelas, pero sé que a nadie le importa, y por eso no puedo hablar de doña Rebeca, la hacedora de los mejores sopes de Garibaldi hace 40 años. Incluso díría que cuando fui niño, junto con mi mamá y mi papá hubiéramos puesto un changarro ahí. Pero no puedo hablar de eso, insisto, porque mi labor me impele a hacerlo del asqueroso culto a la personalidad del presidente chiquito al que concurren funcionarios y militantes de Morena, así como pedacería de pueblo acarreado con boings y un pedazo de pan. Pero no vuelvo a aludir al tonto que se perdió y tardó más de tres horas en llegar: Lord Molécula es un símbolo de la tragedia que hay en el país.

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