jueves 28 marzo 2024

México no es Dinamarca

por Marco Levario Turcott

Hace unos años, justo al iniciar su encargo como presidente de México, Andrés Manuel López Obrador estableció a Dinamarca como el horizonte de sus aspiraciones, en particular, calidad de vida y sistema de salud. Muy pocos le creyeron entonces, estoy seguro, aunque también estoy seguro de que una meta de ese tamaño implica una aspiración que todos podríamos compartir, al menos de dientes para fuera.

Ya hemos visto que, al paso del tiempo, estamos más cerca del tercer mundo que del ensueño de los países nórdicos. Yo he estado en Dinamarca, Suiza y Finlandia, largas temporadas. A la gente como aquí, no le gusta pagar impuestos, ahí son altísimos, y por todas las vías legales tratan de pagar lo menos posible. Incluso, un fenómeno en Dinamarca es que sus pobladores se atienden en otros países de males menores para no pagar aquí los impuestos e incluso compran cervezas igualmente en otras naciones porque en su país el cargo es muy elevado. No obstante, también vale la pena decir que, en efecto, su sistema educativo y de salud es extraordinario. En Finlandia, por ejemplo, las bibliotecas cierran a las diez de la noche y a veces hasta las once, mientras las tabernas cierran a las nueve de la noche. En aquellos países mencionados son más frecuentes las visitas a la biblioteca o a los museos que en otros países europeos, ya no digamos latinoamericanos.

México, no es Dinamarca. Ni podrá serlo nunca, y no me refiero, claro está, a nuestras ondas raíces históricas y, porqué no decirlo, culturales también. Me refiero a que las sociedades tienen los gobiernos que eligen, que merecen. Y nuestro país ha elegido y casi no les ha exigido, a gobiernos inoperantes y corruptos. Más aún, en 2018 eligió el peor escenario al sufragar por un hombre ignorante y populista que, poco a poco, está destruyendo las instituciones democráticas y los avances que tenía el país para devenir en un sistema autoritario de presidencialismo omnímodo y la tutela de un sólo partido. Pero hay que decirlo también, el presidente refleja que de ninguna manera podemos situarnos dentro de los países más civilizados cuando miramos lo que pasa en amplios sectores sociales.

Primero se encuentra aquella masa de hombres y mujeres que prefieren extender la mano a que les den trabajo. Eso forma parte de nuestro deterioro cultural desde los años 40 del siglo pasado y que el PRI supo capitalizar tan bien, como ahora lo sigue haciendo bajo las siglas de Morena. Déjenme abrir un paréntesis aquí, por favor. Quiero referirme al barrio en el que transcurrió mi infancia para decir que me duele ver cómo no han cambiado las cosas y si ayer muchos de sus pobladores votaban por el PRI hoy lo hacen por Morena, animados por los programas de ayuda que les dan para que no piensen sino que más bien reciban y así permanezcan, por decir lo menos peor, en la medianía. Cierro el paréntesis, creo que esto se replica en muchas partes del país pero hay algo más.

Primero, recordemos cuando muchos rieron de una de las pocas afirmaciones certeras que hizo Enrique Peña Nieto durante su presidencia. Dijo que la corrupción era un asunto cultural, enquistado en el país y tiene razón. Ya lo sabemos, una de las cantaletas más entonadas se refiere a que todos los políticos son corruptos. Lo dice el mexicano promedio como una calamidad, un destino del que no nos hemos podido deshacer y también como una suerte de empatía. Lo dicen en el barrio, más o menos así: “Todos son ratas” y lo dicen los políticos, incluso los de oposición: “Nadie es puro y con esos bueyes hay que arar”. En definitiva, no somos Dinamarca. Ahí los niveles de corrupción son muy bajos, es el país con menos índices de corrupción en el mundo, y donde llega a expresarse la corrupción, el ciudadano se va a la cárcel.

Antes de las elecciones de 2018, López Obrador sumó a muchos actores políticos, entre ellos, a muchos impresentables, digamos, corruptos. Seguro les suena Manuel Bartlett, por ejemplo; lo importante para ellos era ganar y luego ya ver como se arreglaban las cosas. Vale la pena decir que hasta junio de 2022, las cosas se han arreglado con un presidente que protege a todos sus corruptos, en particular, amigos, familiares y funcionarios cercanos. Qué bueno que muchos mexicanos subrayemos esa corrupción pero al mismo tiempo que malo que muchos de ellos también acepten la corrupción de quienes no están en el gobierno. Esto se explica porque permea la cultura de la corrupción. En Dinamarca Bartlett estaría en la cárcel y también Alejandro Moreno; en México hay amplias franjas sociales que defienden a sus corruptos.

Pongo otro ejemplo. La persecución política es condenable venga de donde venga, como cuando Fox quiso desaforar a López Obrador y lo único que logró fue hacerlo crecer. Hay que condenar siempre la persecución política, como la que actualmente emprende el gobierno contra líderes políticos, digamos, contra el dirigente nacional del PRI. Pero simultáneamente debería condenarse la corrupción en la que incurra cualquier actor político. La bandera contra la corrupción no debería tener distingos partidarios ni colores políticos, pero la tiene y entonces no es bandera ni lucha contra la corrupción sino en el fondo defensa de la misma.

¿La naturaleza humana es corrupta? No, corrupto es el entorno que erigen hombres y mujeres para que la ley sea menospreciada. Además, pasa algo curioso con nosotros. Me refiero a la doble moral que se espanta de la corrupción y simultáneamente la convalida. Se espanta porque en público hay que decir que está mal y, en privado, hay que aceptar la mordida o promoverla. Una fórmula medianamente aceptada, entre lo publico y lo privado, es aquella que dice algo así como “Este o aquel político es un ratero pero reparte, escurre, da para todos”, y esa sola frase refleja que la mayoría de los mexicanos no están contra la corrupción sino contra los políticos avariciosos que no reparten el botín. Esa doble moral nos acompaña en muchos otros temas que ahora no vienen al caso pero que siempre vale la pena tener en cuenta cuando se habla de temas espinosos que a la mayoría de la sociedad no le gustan aunque sus prácticas digan lo contrario.

México no es ni podrá ser como Dinamarca. Jamás podría serlo con un sujeto autoritario, ignorante y fanático como López Obrador, quien también cuenta con el otro extremo desde el que se le cuestiona y que es tan fanático como él y sus seguidores. Resentidos, el presidente y sus ovejas rechazan a los otros y esos otros hacen lo mismo. Si el presidente es corrupto, ese otro polo también tiene a sus corruptos, si el presidente miente con sus datos, ese otro polo tiene que mentir también, la causa lo justifica. Si AMLO ataca a la prensa porque no hace propaganda en su favor, ese otro polo ataca a la prensa porque critica a sus corruptos y porque no hace propaganda, vamos, porque no dice sólo lo que ese polo quiere oír. Así, se instala el imperio del cinismo. Los mexicanos se dividen fundamentalmente en dos polos: los que defienden la corrupción del presidente y sus allegados y los que defienden la corrupción de los políticos que se le oponen. Todo es lodazal, un carnaval de mierda en donde podemos escuchar frases como la del presidente que dice algo así como que “Pío no robó, son contribuciones sociales para el movimiento” o la que escuchamos y vemos cuando frente a Alejandro Moreno sus políticos aliados dicen que no es su tema sino de los integrantes del PRI, como si los terrenos que robó fueran del PRI o como si el dinero que uso no fuera dinero público.

El panorama es ominoso. El gobierno está montado en una demagogia que cada día destruye más al país y buena parte de la oposición sin reaccionar. Más aún, los ciudadanos están prendados a la ubre de los programas sociales. Hay pocos medios críticos. La mayoría hace propaganda. Reflejan que México no es Dinamarca, no lo es por este presidente de caricatura dramática que tenemos y no lo es porque en los ciudadanos no priva la cultura de la democracia, priva la venganza, el ojo por ojo diente por diente, si él es mafioso nosotros también.

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