miércoles 24 abril 2024

Editorial: Las fuentes anónimas

por Orquídea Fong

FOTO: GABRIELA PÉREZ MONTIEL /CUARTOSCURO.COM

Esta sola expresión despierta en muchas personas nebulosas imágenes de personajes en la sombra, con aviesas intenciones. Cuando un periodista menciona esas palabras, la frase genera en muchos —los que no conocen del oficio periodístico— enorme desconfianza.

Pero en este tema hay implicados principios de ética periodística. Y debemos diferenciar dos clases de anonimatos o de información proveniente de fuentes anónimas.

1.- Está aquella información que llega a una redacción de manera desconocida, en un sobre deslizado bajo la puerta, sin firma ni remitente, ya que fue entregado a mano. Pueden ser fotos, discos, casetes, fotocopias… También puede llegar por medio de un correo electrónico, naturalmente. Nadie asume su autoría, no se dan pistas de quién la envía y, por supuesto, eso impide al periodista ponerse al habla con nadie en busca de mayores precisiones.

2.- Está aquella información que ofrece una persona identificada por nombre y apellido, que el periodista ubica en términos generales (profesión, institución, ciudad de residencia) o que incluso lleva con el periodista una relación más cercana, pero que solicita de manera inequívoca que cuando se haga uso de la información que da, no se cite su nombre. En este caso, el periodista puede (y debe si se precisa) recurrir a esta persona para buscar mayores datos, aclarar dudas y también solicitar que le ponga en contacto con otras personas que puedan ampliar la información.

En ambos casos corresponde hacer un análisis muy cuidadoso del valor de la información que se nos ofrece. Sin embargo, el primer caso es mucho más resbaladizo. Hay más probabilidades de caer en un bulo y que la información que llegó misteriosamente a manos del periodista sea falsa.

Ha habido ocasiones —y la historia del periodismo las registra— en que la información llegada por medios “misteriosos” resulta verdadera y de gran valor. Pero definirlo es labor de cuidadoso análisis por parte del medio de comunicación que la reciba, que habrá de decidir si darla a conocer o no. Ambas posibilidades (difundir o aguardar) implican un riesgo, una toma de decisión que nunca es fácil.

En el segundo caso, el periodista recibe de su fuente identificada un dato. Decide qué tanto valor tiene y si es confiable. Si determina darla a conocer usando el recurso de “fuentes que pidieron el anonimato nos revelaron…”, entonces la cara pública de esa información es el periodista.

El periodista asume así ser el origen de la información para todos los fines de citación que otros periodistas hagan. ¿Por qué? Porque está conservando la secrecía a la que se comprometió con su fuente.

Si lo que revela resulta ser falso, impreciso o incompleto, será obligación del periodista asumir el costo de frente a sus lectores. El periodista que se ha impuesto una conducta ética corregirá, o se disculpará, si llega el caso.

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