jueves 28 marzo 2024

Cobardes y astutos piden mesura frente a la 4T

por Marco Levario Turcott

El ropaje de la cobardía ocupa un armario formidable. Ya nos hemos referido a esa cobardía que alude al hombre poderoso que calumnia, intimida o incita a la persecución de quienes disienten de él, y ya hemos hablado también de sus corifeos que, amparados en los favores de la silla del presidente, participan de aquellos denuestos en los medios de comunicación convencionales y digitales. Entre ese amasijo de coristas se hallan, desde luego, quienes se esconden en el anonimato junto a los operadores de robots y troles.

Nos hemos referido también a quienes, cobardes, agreden a los niños. Desde el presidente que ignora a quienes padecen cáncer hasta quienes lastiman al hijo de López Obrador nada más porque la causa lo exige o porque debe privar la ley del talión, el ojo por ojo y diente por por diente. Al atavío del cobarde que desde el poder del Ejecutivo niega la falta de medicinas o rechaza vacunarlos contra el COVID es algo de los más dramático que hemos presenciado en estos años. De lo más dramático e indignante.

Existen diferentes niveles de acoquinamiento, claro. Hay cobardes que, digamos, forman otra escuela de diseño. Pienso en algunos periodistas y opinadores que criticaron a los gobiernos anteriores y, simultáneamente, fueron obsecuentes con el tres veces candidato a la presidencia de México. Lo primero, se entiende, el análisis político y el periodismo no son ni deben ser parte de la propaganda de ningún gobierno, esa no es su función. No obstante, hubo quienes abandonaron las herramientas de la profesión y la academia para ser parte del proselitismo de los gobiernos anteriores y recibir las prebendas consabidas. En otra ocasión nos vamos a referir a ellos, por lo pronto digamos rápido que, en lo que va del presente siglo, hubo analistas y periodistas que mostraron enorme simpatías con quien para muchos otros, era un peligro para México. Algunos lo han reconocido, Víctor Trujillo o Denise Dresser, por ejemplo, pero otros no y apuestan a la desmemoria social o, simple y llanamente, no creen tener responsabilidad con el desastre al que el gobierno actual está conduciendo al país.

Otros descruben la realidad como si fuera revelación nacional o una exclusiva que los hace el centro de las galaxias. Por ejemplo,  Carmen Aristegui quien, hoy, en una conferencia en la UNAM auspiciada por la misma institución y el INE dijo que la apuesta del presidente por la polarización es lesiva a la democracia. La periodista se percató de eso poco más de 27 años después de cubrir las campañas políticas de López Obrador al que, sin duda alguna, ella misma contribuyó a fortalecerlo. Pero ahora, como si nada, Aristegui dice que AMLO es un riesgo para la democracia mexicana, casi en los mismos términos en que lo dijo Felipe Calderón desde hace al menos 14 años, cuando Aristegui apoyaba al político de Tabasco y difamaba a Calderón. ¿Alguna autocrítica de Aristegui? Ninguna, la autocrítica es para personas valientes, falibles en su humanidad. La soberbia impide reconocer errores y no sólo, porque este no es nada más un asunto ético o moral. Admitir errores puede implicar la posibilidad de que los bonos de la comunicadora bajen y eso redunda en el bolsillo.

Varios opinadores y comunicadores saben que erraron al perder el equilibrio en pro de AMLO y ayudar a su escalada a la cima presidencial. Lo saben pero no lo reconocen. Su cobardía tiene más peso que el deber ético de aceptar la equivocación, atenta contra el prestigio que creen que tienen o llanamente consideran que es más lesivo aceptar un yerro que callar. Los más astutos buscan incrustrarse en la crítica al gobierno actual y obtener sus beneficios tal y como lo intentaron al apoyar a López Obrador. El pensamiento de ese tipo de personas se orienta a pensar en lo que les conviene, no en los imperativos éticos de su profesión y menos en lo que conviene al país, eso para ellos es una abstracción romántica. Dentro de unos días vamos a publicar en etcétera las opiniones que hace varios años estos seres astutos tenían y las que ahora sostienen. Lo haremos para animar al debate público porque el silencio sólo abona al cinismo y nosotros no permaneceremos callados ni convalidamos sinverguenzas.

Hay otros cobardes más. Se hayan incrustados entre intelectuales, analistas y supuestos periodistas que, mediante una máscara de supuesta madurez, casi les da el soponcio por la polarización que hay en el país. Los más ingenuos, los hay, en verdad, están convencidos de que lo sucedido en el país es culpa de todos, presidente y críticos, y como no tienen arrestos para comprender la realidad compleja piden paz y, a veces, hasta pretenden colocarse por encima de los demás porque ellos sí tienen, presumen, el temple que a los demás nos falta.

No confundamos la tibieza. Por ejemplo. Nosotros condenamos las expresiones de odio del presidente y sus acólitos, lo mismo que condenamos, en el otro extremo, las manifestaciones de odio, por ejemplo las que el presidente recordó hoy que tuvo Martín Moreno. Eso es tener una definición muy clara contra la violencia, más aún, contra la que se promueve desde el estado porque no es lo misma las irresponsables palabras del historiador que las arengas del Ejecutivo contra quienes opinan distinto a él.

No confundamos la tibieza, insisto. A mí me gustan los huevos tibios con una pizca de sal y gotas de limón, a veces con salsa inglesa o jugo Maggi. Los preparo como me enseñó Tala mi abuela, rezando lentamente un padre nuestro luego de meter los blanquillos al pocillo con agua hirviendo. Pero los huevos tibios, esos que representan al valor menguado o al cálculo de mujeres y hombres para no salir lesionados de alguna reyerta, los detesto. No pienso en el barrio, donde nunca falta el ojete que frente a una madriza nos pida calma y no le entre a los madrazos o el ecuánime en la cantina que se quita la camisa blanca y la enarbola en todo lo alto en tanto llueven los botellazos y las patadas. Aunque esos son culeros, no me estoy refiriendo a esa clase de culeros. Me refiero a los que dicen cosas del tipo “La polarización no ayuda al país”, “no defendamos la autonomía del INE confrontando al presidente”.

A ver, lo primero que debemos acordar es que México ha sido cucado desde la presidencia a través del insulto y la difamación a quienes opinamos distinto. No se confundan no digo que entonces también debamos difamar al presidente, digo que debemos enfrentarlo con ideas y respuestas contundentes. Ya quedamos en que infamar es cosa de cobardes. Otra cosa es la idea o respuesta dura y clara, sustentada en datos y, sobre todo, irreconciliable con la lente autoritaria que raya en la persecución del presidente de la República. Comunicadores como Gabriela Warketin o Gabriel Guerra se escandalizan o fingen hacerlo frente a la intensidad y, hay que aceptarlo, la polarización. Olvidemos su pifia de tratarnos como iguales al jefe del Ejecutivo que tiene el poder con analistas y periodistas, porque se trata en todo caso de una reyerta desigual. Olvidemos eso, digo. El punto es que piden buenas maneras cuando nada más y nada menos que la democracia está en vilo, se haya en riesgo el INE, un pilar de la democracia frente al proyecto de desmantelamiento de leyes, procedimientos e instituciones de la democracia.

Karl Popper lo dijo bien. No podemos ni debemos ser tolerantes con los intolerantes, menos aún cuando esa intolerancia representa el mayor riesgo que ha tenido México en la historia moderna. “Hola presidente, disculpe, no participaré de la polarización del país, sólo quiero decirle que disiento de su pretensión de desaparecer al Instituto Nacional Electoral, el INE para integrarlo con el voto del pueblo y ponerlo a las órdenes del gobierno. No se enoje, por favor presidente, no piense que yo soy un neoliberal o me pagan, nada más creo en eso que le digo pero si usted difiere por favor no vaya a polarizar al pueblo como usted le dice”. Eso no sólo es de una candidez conmovedora sino un absurdo completo. López Obrador no es un demócrata. Por otro lado, desde luego que no soy ingenuo y entiendo bien que el talante del supuesto equilibrio, en realidad, favorece a las intenciones presidenciales. Gabriela y Gabriel no son como Antonio Attolini o Lord Molécula, no son propagandistas sino árbitros de una confrontación en la que, mediante sus dichos, favorecen al presidente.

Detesto ese tipo de huevos tibios a los que me he referido. No son siguiera genuinos sino la máscara con la que buscan el favor presidencial o el aplauso del público más pusilánime y si entre eso se traviesa un buen contrato de publicidad o asesoría con el gobierno, seguro ellos lo podrán procesar con mucho gusto.

El país, sin embargo, no está para ese tipo de cálculos.

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