sábado 20 abril 2024

AMLO, un gobernante que viola la ley

por Alejandra Escobar Atempa

Hay personas tan insignificantes que cuando ascienden cualquier escalón de poder muestran su verdadero rostro. No me refiero a uno de los tiranos que registran los anales de la historia y ni siquiera me refiero al hombre pequeño de Macuspana. Hablo de un hombre todavía más insignificante, y con eso les digo todo. Es Rogelio Ramírez de la O, alguien desconocido para la mayoría de los mexicanos hasta el día de hoy, cuando fue mencionado por el presidente como quien le informó cuáles serían las tasas de interés del Banco de México. Transgredió la autonomía del Banco de México, según advierte la ley, pero eso a él no le importa; él está tranquilo, dijo, y le pidió a la prensa difundir esa calma suya que, con toda desfachatez, se expresó mediante un “¿y?” al escuchar la pregunta sobre sí él había violado la ley al informarle al presidente sobre temas que no le competen. Es la soberbia del poder, de un pequeño escalón al que ascendió quien no puede comprender la dimensión del respeto a las normas y las instituciones porque a él lo abriga el poder de Andrés Manuel López Obrador, como lo hace con todos los bandidos: Pío López Obrador, Manuel Bartlett Díaz, Alejandro Gertz Manero y una larga, muy larga lista que demuestra la farsa en la que se ha montado este gobierno.

En cualquier país medianamente democrático Ramírez de la O ya no sería titular de la Secretaría de Hacienda, pero en este no. Con este presidente, mangos: no hay respeto a la ley ni, según el ideario del Ejecutivo, tampoco debe dársele ningún triunfo a la oposición. No, a ésta hay que descalificarla siempre, tenga o no razón, opine o no a favor del país. Es oposición, y a esa hay que pisarla, borrarla, insultarla, difamarla. Por todos los medios, comenzando con la mañanera del presidente.

Ese es el mensaje de López Obrador: la ley puede transgredirse, comenzando por él, en todos los órdenes y contra quien sea. Así es para ajustar cuentas con los malditos empresarios de acuerdo con su narrativa, para influir en las decisiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o para golpear al Instituto Nacional Electoral. Todo se vale mientras sean ellos quienes lo hagan, hasta encarcelar injustamente a un familiar del jefe de la Fiscalía General de la República. La autoproclamada 4T pugna por dominar un territorio sin ley, o sin más ley que la de sus antojos.

Pero ellos sí exigen. Por ejemplo, un día sí y otro también, desde su púlpito el presidente pide a Twitter -le reclama, más bien- que informe sobre los gastos de publicidad de medios y empresarios que se oponen a su gobierno en la red social. Delira, por supuesto. En Twitter y en YouTube también, por cierto, el gobierno perdió la conversación política. Le guste o no, los usuarios de carne y hueso han creado una poderosa reacción social. Nadie les paga, no hay sobres amarillos para incentivar sus tuits o para pagar los comentarios que aquí abajo, en estos precisos momentos, hacen las audiencias de este canal, como lo hacen en más de 80 canales críticos del gobierno cada día.

AMLO delira al pedir información a Twitter sobre el gasto de sus opositores, reitero. Pero él podría informar cuánto gasta el gobierno para pagar a Epigmenio Ibarra, igual que a voceros como Jenaro Villamil o John Ackerman, entre una vasta lista de maullidos. Si el presidente fuera transparente y honesto, lo primero que tendría que pedir a sus funcionarios es que no usen las redes para descalificar a sus críticos. Pero no: más bien los incentiva, y hoy la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales gasta recursos en difundir en Twitter invectivas contra artistas preocupados, como muchos mexicanos más, por la deforestación de la selva en el sureste yucateco.

Bien podría empezar el presidente por informarnos cuánto le paga a Epigmenio Ibarra, antes de exigir una información que no existe. Cuánto cuesta -más bien, cuanto nos cuesta- aquella estructura oficialista que opera en Twitter, Facebook y YouTube para enturbiar el intercambio público, presionar a críticos, amenazarlos, hacer escarnio de ellos y difamarlos. La tienen desde hace varios años, pero la fortalecieron finalizando 2021, como lo advertimos aquí, y comenzó a funcionar para golpear a Carlos Loret de Mola y a Lilly Téllez; pasado el tiempo, lo ha hecho con todos los que se oponen. Hoy el presidente mencionó una lista de medios, mexicanos y extranjeros -nos honró al mencionarnos también- como parte de sus críticos conservadors, y a ese banderazo de salida se volcaron las redes contra todos ellos. Están desesperados: ya perdieron el intercambio público y no hallan cómo recuperarlo.

Este ha sido un pésimo año para la popularidad del presidente que, en estos primeros tres meses, ha caído al menos 10 puntos, Y está enojado, muy enojado, cada vez más, y mientras más débil es más peligroso en todos los órdenes de las políticas públicas: educación, salud, empleo, finanzas, economía, etcétera. Dije débil, nada más. En estos días ha tenido buenos momentos, luego de varias derrotas desde la Casa Gris hasta sus pleitos con Francia o España, Panamá o Austria. Su momento fue este lunes 21 de marzo, porque su fiesta llamó la atención por globos y vendedores ambulantes. Muchos opositores picaron el anzuelo y se fueron sobre lo accesorio olvidando el fondo: el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles es una farsa. Unos, no todos, incluso fueron clasistas y con ello le dieron respiración de boca a boca a López Obrador porque Guadalupe Piña, vendedora de tlayudas -que no lo eran, sino tostadas- se convirtió en un símbolo de la publicidad que asocia a los pobres con este presidente demagogo que tenemos. La señora Lupita ahora es una celebridad y tiene su negocio en Los Pinos: “Las famosas Doraditas de Guadalupe Piña del Aeropuerto Felipe Ángeles”, se llaman. Bien por ella, sin duda. Muy bien, pero muy mal por ese gobierno que usa a los que menos tienen para hacer campaña.

El destino del populismo es inexorable, sin embargo. Se llama realidad, y a unos días de la inauguración fastuosa, el AIFA luce desolado. No hay pasajeros ni vuelos ni tlayudas ni música ni invitados VIP. De la fiesta sólo queda el recuerdo de Gerardo Fernández Noroña esperando que lo saludara un presidente que lo ignoró, pero la cruda es mayor a esas frivolidades de la política. El gasto ha sido millonario, y esa farsa la pagaremos todos -ya lo estamos haciendo.

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