viernes 29 marzo 2024

Ítalo Estupiñan

por Arouet

El domingo primero de agosto de 1971 no es importante porque yo cumpliera cinco años, es importante porque ese día, en el Estado Azteca, los Cremas del América fueron campeones de liga al derrotar dos a cero a los Diablos rojos del Toluca, con goles de Carlos Reinoso y Horacio López Salgado. Para los efectos de este relato también es lo de menos la madriza que ocurrió al final del cotejo, alentada por el director técnico de los choriceros, don Ignacio Trelles quien, minutos antes de que el árbitro pitara la conclusión del encuentro, caminó por la cancha con la misma impunidad con la que los usuarios de Facebook difunden mentiras.

Como sé bien que a muchos no les gusta el futbol les digo que aquí lo que importa es que ustedes imaginen a un gato salvaje, digamos que a uno negro ecuatoriano. Anden. Es un joven ejemplar delgado y largo con esos reflejos que ya sabemos tienen los felinos, sólo que este gato más reflejos todavía. ¿Lo tienen? Bien. Ahora pónganle peinado afro esponjado, shorts blancos y una playera roja del Toluca. Es el Gato salvaje. Así le decía el cronista Ängel Fernández a Ítalo Estupiñan y esto sí es lo que importa: cinco años despúes de esa gloriosa victoria en el coloso de Santa Úrsula, el América fue humillado por el Toluca seis a cero, y el señor Estupiñan tuvo mucho que ver para que yo, a los diez años, me sintiera desconsolado frente a la pantalla en blanco y negro que registró la tragedia en la Bombonera. Claro que no fue pretexto la injusta expulsión de Toño de la Torre por un pequeño recargón al portero ni la de Carlos Reinoso por alegar.

Aún recuerdo el trallazo de Héctor Hugo Eugui que dejó como calcetín mojado en el piso a Paco Castrejón, pero sobre todo recuerdo bien del segundo y el tercer gol de Estupinan que destrozaron la defensa impresionante integrada por Miguel Ángel Cornero, El Pichojos Pérez, René El Popeye Trujillo y Javier Sánchez Galindo, el famoso Pierna fuerte. Dicho lo anterior es fácil adivinar el gusto que me dio cuando año y medio después el Gato salvaje integró las filas del América pero, ante todo, cuando jugó en 1978 la final de la Copa Interamericana con mi equio contra Boca Juniors.

Aquella fue una gran noche en el Estadio Azteca, era viernes,. Se trataba del tercer y último partido y nadie imaginó lo que pasaria. Sólo sabíamos los riesgos. Si el empate a uno se mantenía los argentinos se llevaban la copa y eso es lo que parecía ocurrir luego de que el de negro no pitara un gol tras el disparo inclemente de José de Jesús Aceves que pegó en el larguero y rebotó dentro de la portería, juro que sí (El “Güero ” Aceves fue un fino delantero tapatío de los Cremas y ahora es auxiliar de Tomás Boy en el Cruz Azul).

Mi papá y mi mamá estaban tomando brandy Bobadilla 103 en casa de los vecinos, en el 11 del edificio 16 en el callejón de la Amargura. Televisa transmitía el partido diferido porque era más importante la telenovela Rina (que también diario mantenía mi atención, en serio). Así es que eran casi las doce de la noche y yo ignoraba el resultado; claro que no quise marcar el 04 para conocerlo y después dormir. Pasó el primer tiempo extra -lo narra Juan Dosal- y casi el segundo. Esperen. Son los últimos instantes del partido y el árbitro marca una falta en el lado izquierdo de la media luna del área del portero Hugo Orlando Gatti. Es la última jugada. La voz es de Ángel Fernández y mi corazón de doce años está suspendido:

“…tira Reinoso, chanflazooo… Goooooooool de la victoriaaa. Es el instante de un mago del futbol, el instante de un super hombre. ¡América Campeón!”

Permítanme interrumpir ese relato porque estoy saltando de nuevo. Hasta que igual que esa noche miro al Gato Salvaje con los brazos levantados y la sonrisa plena. Ítalo Estupiñan sí, el hombre que le exige al árbitro que la barrera se enfile donde debe. El que como un felino da un quiebre de cintura que lo deja frente a la portería mientras Gatti está parado como estatua viendo cómo el balón quieto dentro. Junto con el Gato salvaje levanto también los brazos y lo abrazo desde la televisión porque no puedo hacerlo con Reinoso que está corriendo rumbo a las gradas en la media cancha seguido por De la Torre y Castrejón. Tengo la imagen grabada conmigo.

Treinta y ocho años después leo en el portal de un diario deportivo:

“Ítalo Estupiñan, figura del Toluca, América, Puebla y Atletas Campesinos, murió este martes a los 64 años por un paro cardiaco”.

Ahí está Ítalo, el Gato Salvaje, levantando los brazos mientras ténuemente se escuchan los mariachis del Tenampa

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