martes 19 marzo 2024

El linchamiento en la era de la información

por Sergio Octavio Contreras

Este texto se publicó originalmente el 10 de julio de 2018

El Resplandor

Los problemas que se derivan de la complejidad de las relaciones humanas pueden dirimirse de distintas formas. Desde la perspectiva del Estado moderno las normas pueden ser una guía para ello. Sin embargo, en algunas ocasiones el conflicto puede ser finiquitado sin la intervención de un tercero. En esta ambigüedad se han cometido todo tipo de abusos en nombre de la justicia. Si en los escenarios del linchamiento existe la posibilidad de su registro, entonces a través de algún medio se distribuirán imágenes del mismo. Las nuevas tecnologías de la comunicación posibilitan la creación de estos espacios donde se visibiliza la complejidad de las relaciones humanas. En la nueva forma de comunicación se construyen escenarios de conflicto donde los actores en pugna ponen en juego sus recursos para dirimir sus problemas.

El concepto linchamiento tiene su origen en la palabra inglesa lynching. Existen dos teorías sobre lynching, que se refieren a dos personajes históricos: James Lynch, alcalde en Irlanda durante el siglo XV, y Charles Lynch, un juez norteamericano del siglo XVIII. Ambos Lynch, habrían promovido la muerte de personas sin previo juicio. La palabra linchamiento se refiere entonces al castigo que recibe una persona sospechosa de haber cometido alguna afrenta contra la sociedad sin que exista un proceso legal de por medio. Actualmente los linchamientos son cometidos por tumultos de individuos que dejando de lado las leyes y las instituciones condenan y castigan a los presuntos responsables.

Desde la esfera normativa, todo linchamiento es ilegal, pues su realización no toma en cuenta el orden público. Al menos dos supuestos podrían justificar los linchamientos. El primero tiene que ver con la desconfianza social en el sistema legal: las instituciones son ineficaces para mantener el orden establecido, para prevenir los delitos y castigar a los presuntos responsables de violentar las leyes. En este sentido, lo que priva es un estado de impunidad que motiva a las personas a delinquir puesto que presuponen que no les pasará nada. La violencia social vendría a llenar el vacío dejado por las instituciones que deberían de propiciar la justicia. El segundo supuesto ocurre cuando la organización social se impone a la organización institucional. En estos casos, impera la percepción local sobre las formas institucionales. La “ley” del barrio o las “costumbres” comunitarias tienen mayor peso sobre el marco legal.

De acuerdo con la ONU, los Índices de Desarrollo Humano (IDH) que contemplan tres componentes: esperanza de vida, educación y nivel de ingresos económicos por persona, podrían revelar algunas de las condiciones sociales que propician actos de violencia colectiva. Un análisis comparativo sobre los lugares donde se han registrado linchamientos en América Latina reveló que las zonas con menor prosperidad del IDH son también aquellas que presentan mayores niveles en este tipo de incidencias (Mendoza y Torres, 2003). De acuerdo con la ONU, para 2030 el 6.5% de la población del planeta se encontrará en pobreza extrema, lo que representa en números 550 millones de personas. Según el informe “Financiamiento para el Desarrollo: progreso y perspectivas”, los retos que enfrentarán los países en los próximos años abarcan un bajo crecimiento económico, precarios ingresos familiares y crisis humanitarias generadas por fenómenos migratorios. Según la confederación internacional Oxfam, integrada por 17 organismos civiles, en su informe “Una economía para el 99%”, los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Según el organismo ocho hombres poseen la riqueza que tiene casi el 50% de la población del planeta. Entre los multimillonarios están el mexicano Carlos Slim y el creador de Facebook, . Los ocho magnates tienen en sus cuentas bancarias y bienes la riqueza que poseen tres mil 600 millones de seres humanos. Siguiendo la teoría comparativa, las crisis sociales por las que atraviesa la mayoría de la población en el planeta son un factor que detona los niveles de violencia, incluyendo la justicia impartida por la propia mano.

Mendoza y Torres (2003) consideran que el linchamiento tiene cinco condicionantes:

1) es una acción colectiva, 2) se realiza en forma privada e ilegal, 3) es posible que en el acto la víctima muera, 4) el castigo siempre será a causa de los actos de la víctima y 5) la víctima se encuentra en inferioridad numérica ante sus acusadores.

Para algunos autores esta violencia representa una forma de indignación moral que ha decidido colocar diques a la delincuencia y a la indiferencia de las autoridades.

Tal indignación deja atrás la individualidad para transformarse en ira colectiva. Es en la colectividad donde se expresa lo que todos piensan y al existir un consenso por la indignación, este se manifiesta en linchamientos legítimos debido a que las autoridades son ilegítimas. En el fondo los grupos heterogéneos pretenden restituir el orden social y político a partir de tres características: a) un elevado nivel de irritación social; b) se pretende hacer justicia por propia mano y c) la acción colectiva es espontánea y mantiene la cohesión social (Rodríguez y Mora, 2005). Según el estudio “Linchamientos en México” de la Universidad Autónoma Metropolitana, de 1988 a 2014 se han registrado en el país al menos 366 linchamientos.

A lo largo de la historia se han presentado asesinatos individuales o grupales considerados como linchamientos colectivos. Según la Universidad de Tuskegee, EU es uno de los países donde el linchamiento se convirtió en una práctica habitual. Tan sólo entre 1882 y 1968 fueron ejecutadas mediante este mecanismo tres mil 446 personas afroamericanas y mil 297 personas de piel blanca.

Las ejecuciones encausadas por muchedumbres iniciaron a finales del siglo XVIII y permanecieron activas hasta la década de los 60 del siglo pasado. Diversas investigaciones descubrieron que la cultura del linchamiento fue en un principio una medida para mantener la diferencia entre las razas y como una forma de convencionalismo de las costumbres. También influyeron otros factores como el económico: si una persona afroamericana era linchada, todas sus propiedades pasaban a manos de personas con piel blanca; como factor político las personas también eran ejecutadas como escarmiento para el resto, por ejemplo para disuadir el derecho a votar. A finales del siglo XIX, Ida Wells-Barnet, periodista y promotora de los derechos civiles de las mujeres, documentó cientos de casos de linchamientos en Norteamérica. Las acusaciones más comunes para justificar las ejecuciones fueron el intento de asesinato o el asesinato, el intento de violación o la violación, así como agresiones físicas o verbales y hasta por competencia desleal en el comercio.

Un caso que causó conmoción fue el asesinato de Jesse Washington, un joven afroamericano que trabajaba en el campo agrícola en Texas. Analfabeta y con problemas de capacidad mental, el joven fue acusado de violar y matar a la esposa de su patrón, por lo que fue detenido por una furiosa turba de lugareños y presentado ante el sheriff del condado de McLennan, en Waco. A pesar de que no hubo pruebas contundentes contra el inculpado, el 15 de mayo de 1916 fue condenado a la pena capital. Los furiosos ciudadanos le cortaron los genitales, los dedos de las manos y después lo amarraron a un árbol donde fue incinerado lentamente. Los historiadores calculan que al menos 10 mil personas presenciaron el acto, incluyendo menores de edad. Nunca se comprobó que Washington hubiera sido el responsable de los hechos que lo llevaron a la muerte.

En México tal vez el caso más conocido en el último siglo ocurrió el 14 de septiembre de 1968 cuando cinco empleados de la Universidad Autónoma de Puebla fueron linchados por los habitantes del pueblo de San Miguel Canoa. Los trabajadores arribaron al lugar con la finalidad de escalar el volcán La Malinche, sin embargo debido al mal clima tuvieron que quedarse en el pueblo donde pidieron alojamiento a un lugareño.

Cuando los jóvenes se pasearon por las calles, algunas personas comenzaron a circular el rumor de que se trataba de un grupo de comunistas que intentaban colocar en la iglesia una bandera rojinegra. El chisme se viralizó: los comunistas habían llegado a destruir su fe, su religión. Al enterase de los supuestos intereses de los universitarios, el cura de la iglesia mandó repicar las campanas y citó a los parroquianos. El sacerdote instigó a los vecinos de reprimir a los comunistas. Una muchedumbre armada con palos, piedras y machetes arribó a la casa donde se hospedaban. De los cinco trabajadores, cuatro perdieron la vida, Miguel Flores, Jesús Carrillo, Ramón Calvario y Roberto Rojano, así como el dueño de la casa, Lucas García. Sólo sobrevivió una de las víctimas, Julián González. En 1975 el cineasta Felipe Cazals filmó la cinta “Canoa”, donde narra estos acontecimientos. Los culpables de la ejecución y el cura provocador, jamás fueron condenados.

El resplandorCon el desarrollo de tecnologías de la comunicación los linchamientos quedan registrados, no sólo como ficción, son también evidencia histórica. En la ejecución del joven Washington un fotógrafo captó su horrenda muerte. Las imágenes se convirtieron en muestra del espectáculo cruento y se llegaron a vender como postales de la ciudad de Waco. En México durante 2006, la televisión abierta transmitió la incineración de una persona en Playa Vicente, Veracruz (Ramírez, 2006). La televisión contribuyó decisivamente a la transparencia de la barbarie y convirtió esta práctica social en centro de atención mediática.

Conforme existe la posibilidad de registrar la violencia a través de medios técnicos, las narrativas podrán ser distribuidas en otros espacios. El 23 de noviembre de 2004 en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, en la Ciudad de México, tres oficiales de la Policía Federal Preventiva (PFP), de nombres Víctor Mireles, Cristóbal Bonilla y Édgar Moreno, fueron linchados al haber sido confundidos como delincuentes. Antes de su ejecución, los policías fueron entrevistados por varios medios. Murieron a golpes y quemados por una población enardecida. Las imágenes de las víctimas comenzaron a difundirse en la televisión mexicana. Desde un helicóptero se captaron las mejoras tomas de los cuerpos ardiendo en medio de la noche. A través de los medios, los espectadores presenciaron el linchamiento como una nueva forma de espectáculo.

Linchamientos digitales

Con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación la cultura del linchamiento adquirió otros matices de expresión. La violencia puesta en marcha por colectivos embravecidos comenzó a registrarse a través de las redes de comunicación. Es en estos espacios donde se desarrolla el nuevo escarnio público (Ronson, 2015).

En Internet se pueden consultar cientos de videos sobre linchamientos, como la golpiza que recibe un presunto ladrón a manos de más de 400 pobladores de San Salvador Cuauhtémoc; el castigo de una persona es acusada de asaltar a transeúntes en la colonia Benito Juárez de la Ciudad de México; el intento de ejecución de tres delincuentes en Oaxaca o la pena que sufrió un supuesto violador en Tulancingo, Guerrero. En YouTube se puede observar a una muchedumbre matar a golpes a dos sicarios en la zona 18 y a una joven mujer incinerada con gasolina en Guatemala; el escarmiento que recibió un ladrón en Guatire Castillejo, Venezuela; las detenciones y agresiones contra asaltantes en varias partes de Argentina; el intento de linchamiento en Brasil de una madre acusada de haber asesinado a su hijo y el severo castigo con palos que propina un grupo de ciudadanos a un ladrón en Indonesia.

Un caso reciente fue el del ucraniano Aleksey Makeev, quien radica en Cancún, Quintana Roo. El extranjero publicaba videos donde aparece al lado de símbolos nazis insultando a mexicanos, tirando al suelo la propina a una persona en un centro comercial, agrediendo verbal y físicamente a mujeres y profiriendo todo tipo de adjetivos raciales contra los mexicanos como “fucking animal”, “los mexicanos apestan”, “simios” y “los vamos a colgar pronto”. Desde el techo de su casa grababa con su teléfono a transeúntes mientras les decía insultos en inglés. Ante esto un grupo de cibernautas inició una campaña para pedir al gobierno mexicano la expulsión del extranjero. El gobierno no respondió. Mediante Facebook se convocó a la población para dar un escarmiento al racista. El 19 de mayo pasado más de 100 personas se convocaron afuera de la casa de Aleksey, ingresaron por la fuerza a su vivienda y lo intentaron linchar. En la trifulca la victima apuñaló a un joven que murió un día después. Las acciones fueron transmitidas en directo por un dron y teléfonos móviles. El ucraniano fue salvajemente golpeado con piedras y palos al grado que terminó en coma inducido. Después de la golpiza el gobierno mexicano decidió actuar e informó que el llamado ruso- azi sería deportado en cuanto se recuperara.

En la actualidad los linchamientos no sólo tienen la posibilidad de alcanzar mayor visibilidad la acción colectiva presenta nuevas formas de realización. Con esto me refiero a las nuevas estructuras de violencia que se montan sobre la comunicación en red. A diferencia de los linchamientos reales, la violencia colectiva en Internet nace en la mente y se enmarca en el campo simbólico del lenguaje: una broma, una opinión descontextualizada, una palabra irónica e incluso una falta de ortografía pueden ser motores para la agresión.

Los linchamientos digitales tienden a referirse a una serie de agresiones propagada por legiones de usuarios en contra de alguien. Se presenta como un aluvión de críticas que por lo general incluye insultos y burlas. Las injurias tienen la intensión de humillar a la víctima y pueden llegar a desencadenarse por la publicación de algún comentario difundido en espacios públicos. Se utilizan formas del nuevo lenguaje electrónico, como fotos, videos, memes, hashtags, etcétera. En inglés a este tipo de actividades se les conoce como shitstorm o “tormenta de mierda”. A pesar de que se trata de una actividad no física, contiene algunos elementos cercanos a las acciones colectivas reales. Los linchamientos virtuales tienen cinco características básicas:

1) al igual que en la materialidad, se trata de un castigo por haber violado ciertos códigos sociales; 2) en la turba electrónica prevalecen las emociones sobre la razón; 4) implica una distancia física y temporal con la víctima que es fortalecida con el anonimato; 3) la participación de los victimarios parece reforzarse si hay un elevado nivel de impunidad en la vida real; 4) las acusaciones se basan en ideas y en percepciones morales y 5) la nueva tecnología de la comunicación amplifica los hechos a la velocidad de la luz.

En 2013, Caitlin Seida, quien trabajaba como escritora freelance en Ohio se disfrazó para Halloween como Lara Croft. Se puso una blusa azul, bermudas y un cinto café que además sujetó de sus muslos. Después de beber algunas cervezas se tomó una fotografía en la calle que publicó en Facebook. La imagen se hizo viral en minutos. Como relató a varios medios al principio le pareció divertido, pero después se angustió ante la ola de señalamientos y burlas, principalmente de mujeres. El ciberbullying que recibió incluía chistes sobre su cuerpo, denuestos a su figura física, comparaciones con animales e incluso algunos cibernautas la invitaron a que mejor se quitara la vida pues le haría un favor a la humanidad. Alicia Ann ynch, de 22 años de edad, publicó en Twitter una imagen donde aparecía disfrazada con una playera de maratonista, tenis y shorts. La fotografía parecía inofensiva, pero debajo de la imagen la estudiante escribió: “Víctima del maratón de Boston”. El mensaje se refería al ataque con una bomba que en abril de 2013 cobró la vida de tres personas y 282 resultaron heridas. Miles de internautas se indignaron y desencadenaron un linchamiento virtual, desde groserías hasta amenazas de muerte.

Otro caso célebre lo protagonizo Justine Sacco, quien se desempeñaba como directora de comunicación de InterActiveCorp, responsable de plataformas como Match. com, Askc o Vimeo. En Twitter @justinesacco anunció que viajaría a África y poco antes de subir al avión escribió: “Me voy a África, espero no agarrar Sida. Es broma. Soy blanca”. Cuando arribó a Sudáfrica, su chiste se había convertido en trending topic mundial. Había más de 100 mil tuits de rabia e indignación. La empresaria perdió su trabajo y ahora se le recuerda más por su error que por su aportación a las compañías en línea. A mediados de 2015 autoridades del estado de Hidalgo clausuraron una tienda de Maskota, luego de que en las redes se difundieron supuestos abusos contra animales. La indignación incluyó protestas callejeras, miles de mensajes de repudio contra la compañía y hasta amenazas por parte de colectivos de hackers. El linchamiento virtual contra de Maskota tuvo repercusiones legales, políticas y financieras. La ira de las turbas en línea no distingue personas o instituciones, ideologías ni posiciones económicas. Cantantes como David Bisbal, deportistas como Sergio Ramos, escritores, presentadores, políticos, periodistas y hasta quienes no tenían fama mediática como Adriana Rodríguez de Altamirano, mejor conocida como #LadyChiles, han sido blanco de linchamientos virtuales.

Conclusión

Debido a la comunicación mediática y a la penetración tecnológica, el registro de linchamientos y su exhibición tiende a normalizar la práctica como un acontecimiento público. La participación en este tipo de acciones depende de múltiples factores, pero la cooperación a través de la nueva tecnología implicará siempre menos riesgos y recursos. Desde cualquier dispositivo se puede acosar a alguien.

Las acciones colectivas que circulan por las redes provocan vergüenza y amplifican el escarnio lapidan el prestigio y pueden provocar efectos devastadores en la vida real de las víctimas. En casos especiales la violencia en línea puede trasladarse a la violencia real. La exposición del linchamiento en espacios públicos de comunicación ha convertido esta actividad en un nuevo espectáculo.

Referencias

Caravaca, E. (2014). De qué hablamos cuando hablamos de linchamientos.

Una sociología de la actualidad. Questión, volumen 1, número 42.

Mendoza, C. y Torres, E. (2003). Linchamientos: ¿barbarie o “justicia popular”? Guatemala: Flacso.

Ramírez, Jesús (2006), “Linchamiento en América Latina”, Revista Pensamiento de los Confines, número 18.

Rodríguez, R. y Mora, J. (2005). Los linchamientos en México: entre el Estado de Derecho y los usos y costumbres. El Cotidiano, número 129.

Ronson, J. (2015). Humillación en las redes: Un viaje a través del mundo del escarnio público. México: Ediciones B.

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