domingo 19 mayo 2024

Cantinflas contra Tin Tan; el eterno debate

por Alberto Monroy

Hoy que se recuerda a Cantinflas por su aniversario luctuoso, es inevitable que nos topemos con el eterno debate que resurge al menos cuatro veces cada año: ¿Quién fue de entre Mario Moreno “Cantinflas” y Germán Valdés “Tin Tan”, el mejor cómico del cine mexicano?

Tin Tan fue un actor cómico muchísimo más completo, cantaba y bailaba mejor que Cantinflas; era versátil para encarnar varios personajes, a diferencia de Mario Moreno que sólo hizo una creación: el Peladito.

Pero esa creación, ese personaje con una pizca de Sancho Panza, es infinitamente más trascendente en el cine que el Pachuco de Tin Tan (local e irregular): Es comparable al vagabundo de Charles Chaplin o a Mr. Hulot de Jaques Tati.

Tin Tan fue explotado de modo inmisericorde: hubo épocas en que llegó a hacer cuatro películas al año… Salvo un puñado de grandes filmes, entre los que destacan “El Rey del Barrio” (1950) y “El Bello Durmiente” (1952), Germán Valdés fue víctima de producciones repetitivas y mediocres, hechas al vapor simplemente para aprovechar su innegable carisma y simpatía. Cerca del final de su carrera, intentó por primera vez la dirección (Capitán Mantarraya, 1970) y el resultado fue lamentable.

En cambio, una vez alcanzado el éxito, Cantinflas siempre tuvo más control sobre sus películas: sin realmente dirigirlas, las peculiaridades de improvisación verbal de su comicidad siempre le obligaron a reclutar un reparto y director más serio y profesional. La dosificación de sus películas fue también mucho mejor diseñada.

Cantinflas y su equipo creativo optaron por poner al Peladito en diferentes oficios y circunstancias, dejando que explotara sus talentos de comediante de carpa sobre la base de un guión flexible que sólo marcaba directrices generales.

La obra mayor de su filmografía es “Ahí está el detalle” (1940), de lejos la mejor película de Juan Bustillo Oro y una de las grandes comedias del cine mexicano.

El problema con Mario Moreno es que vivió muchos años y su físico ya no daba para hacer el Peladito; no supo jubilarlo a tiempo, como Chaplin que abandonó al Vagabundo tras ridiculizar a Hitler.

Tampoco ayudaron sus tres fallidas aventuras fílmicas en el exterior: “Around the world in eighty days” (Anderson, 1956), “Pepe” (Sydney, 1960) y “Don Quijote cabalga de nuevo” (Gavaldón, 1960).

Cantinflas comenzó además a hacer algo mucho peor: empezó a refritear sus propios éxitos (nuevas versiones, lamentables todas ellas pero más accesibles, de sus antiguas joyas, olvidadas cada vez más): La gente tal vez llegue a ver ahora la infame “El Patrullero 777” (M. Delgado, 1978), pero difícilmente podrá acceder a la imprescindible “El gendarme desconocido” (M. Delgado, 1941).

Para colmo, nuestro ahora aburguesado e impresentable (ex)Peladito empezó a pontificar sobre moral y política al ser puesto en situaciones cada vez más delirantes, como maestro, sacerdote o diputado.

Ambas decisiones fueron rentables sin duda, Cantinflas acabó siendo un hombre muy rico, pero obliteraron irreparablemente su, de otro modo, trascendente legado artístico al cine: Por eso estamos engarzados en este debate, si no a nadie se le ocurriría compararlos.

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