jueves 28 marzo 2024

Trump

por Roberto Alarcon Garcia

En mis años mozos al cursar la escuela primaria descubrí la importancia de ser popular.


Resulta que había un concepto bastante críptico llamado “jefe de grupo”, lo que significaba que el depositario de tal honor era una especie de esquirol del profesorado que pasaba lista (lo que por otro misterio se consideraba un honor) y delataba a los responsables del algún desaguisado. Mi incipiente capacidad analítica me permitió juzgar a los dos candidatos en el lejano año 70. Uno era ejemplar; se peinaba con betún para coches, portaba el uniforme de forma impecable y sus calificaciones eran intachables. El “problema” es que tenía el sentido del humor de una tabla de pino y no era precisamente agraciado físicamente. El segundo candidato representaba el extremo opuesto, era un huevonazo, usaba el pelo más largo y era el rey del proto bullying de aquella época. Sin embargo, obraba en su favor que era guapo (“carita” se decía en mi época cavernaria). Su victoria aplastante en las votaciones me dejó convencido de un apotegma que se mantiene vigente: “la forma es el fondo” y que las recientes elecciones primarias en Estados Unidos han confirmado.


Lo primero que hay que decir es que un país en que el 25% de sus habitantes no saben que la Tierra gira alrededor del Sol y en el que el 42% sostiene que Dios creo al hombre hace 10 mil años no da para generar muchas expectativas, siempre me ha parecido notable el nivel de estulticia de gran parte del pueblo norteamericano: “Cuando ustedes cazaban búfalos nosotros ya teníamos universidades”, contaba mi padre que Carlos Pellicer le dijo a un vista aduanal que le impedía la entrada a Estados Unidos.


En ese contexto es que llegaron las elecciones en las que hemos sido testigos de cosas notables, porque notable es que un señor que trae un gato en la cabeza polarice la arena política de una manera tan virulenta. Ya muchos analistas que saben lo que dicen (nunca es mi caso) se han encargado de documentar que la agenda republicana está inflamada de odio y aprovecha la ignorancia de los gringos con respecto a la inmigración, es decir todos los candidatos son iguales, sin embargo Donald Trump ha logrado con su teatralidad superarlos en toda la línea y se ha puesto a la cabeza fijando una agenda repleta de populismo ofreciendo mejores salarios, una frontera cerrada y menores impuestos, todo ello, por supuesto, sin decir cómo lo hará. Esto nos lleva a un viejo dilema ilustrado de manera extraordinaria por Mencken: La democracia es una creencia patética en la sabiduría colectiva de la ignorancia individual.


Por supuesto lo menos que podemos y debemos hacer es burlarnos de este engendro de opereta, lo razonable sería fijar posiciones e informar acerca de los peligros que entraña la potencial llegada al poder de un hombre que saca ventaja del odio y la ignorancia de mucha gente: “No va a ser candidato y si lo es no le ganará a los republicanos y si lo hace nunca será Presidente” es algo que he escuchado en diversas tertulias. Bien, está a punto de vencer el segundo pronóstico en su contra (es probable que cuando usted lea esto ya sea candidato oficial) y las reacciones siempre parecen tardías.


Trump es un payaso, pero un payaso peligroso que con sus gestos teatrales me recuerda y no creo exagerar, los discursos que daba Hitler y que inflamaban la enorme ignorancia del pueblo alemán. Ya sabemos que en estos tiempos la clase política prefiere los medios y las formas que las ideas y los electores. Prueba de ello es la máxima de López Obrador de que “nos quieren silenciar” repetida, paradójicamente, en cientos de miles de spots en una precampaña que ha sido más larga que mis malos pensamientos.


Trump declaró que si no es electo candidato de su partido “habrá disturbios” ¿no le suena querido lector? En fin, este caso, muy parecido al de mi innoble infancia me recuerda a Lampedusa: “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie” y por lo visto, las cosas no cambian… una pena

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