viernes 19 abril 2024

Goethe

por Marco Levario Turcott

Durante casi toda su vida, Goethe fue un cortesano, pero eso no descalificó su obra por más y que, coincidiendo con Mario Vargas Llosa, en toda ficción es posible rastrear una suma de vivencias de quien la fraguó. En el caso del escritor alemán, esas vivencias son apenas un atisbo, por ejemplo en Fausto, su mayor obra, pequeños rastros de un narrador que se diluye en las palabras que cuentan historias, y eso ocurre precisamente porque el escritor ha creado un universo fantástico, alternativo a sus tormentos de carne y hueso. “Un narrador es un ser hecho de palabras”, advierte Vargas Llosa, y en tal sentido también es un personaje inventado.


Goethe renunció a pensar en el pensamiento para comprender al mundo (detestó a Voltaire razonó sólo mediante sus sentidos, la percepción de la naturaleza (simpatizó con Rousseau) tal como documenta Alfonso Reyes en su conocido ensayo biográfico. De ahí que, entre otras razones más, el pionero del romanticismo se describiera así mismo desde muy joven (hasta anciano) en los siguentes términos: “Tengo mucho de camaléon”, y eso le atormentó a tal grado de creer que su vida podría consumir su obra. La vida es dolor porque es deseo, ya lo dijo alguna vez Nietzsche y en el poeta el anhelo de escribir se contrapuso a la fascinación por la alta aristrocracia. Así lo vio Reyes: “El dolor, por magia del arte aprende a participar del gozo”.


El camaleón únicamente cambió de color cuando dijo que el ansia de conocimiento pudre el alma tras haber estudiado precisamente a los colores –quiso contradecir a Newton, y cambió de color en las circunstancias amatorias tantas veces como le dictara la conveniencia o como se le agotaran la fantasía frente a la brutal vida cotidiana. No obstante, el sendero amatorio, es decir, su vida, no consumió su obra sino que azuzó las letras de “Saludos y adioses”, una de sus primeras grandes narraciones, que se comprende por el abandonó de Goethe a Lili, su amada, en pos del príncipe Carlos Augusto a quien le rindió “mi servidumbre voluntaria”.


Lo dijo el mismo artista: “Mis libros son fragmentos de una gran confesión”.


A otras tragedias del corazón se deben, digamos, “El capricho del enamorado” y “Las cuitas del joven Werther”, pero sin duda su autorretrato no está en la biografía que Goethe escribió para trascender a la posteridad, su biografía se encuentra en “Fausto”: en aquella inquietud por la trascendencia que machacó Unamuno, en el caso de Goethe la búsqueda de la eterna juventud y en particular, a través de las mujeres (a quienes veneró más que a cualquier otro prodigio de la naturaleza su enlace con Cristina, la chica “ignorante encantadora”, cuando él tenía 57 años y ella 23 en una ruta vertiginosa que lo condujo al desaforado deseo de comprometer sus alientos de viejo de 72 años a Ulrika, una niña de diecisiete, empresa a la que le ayudó su amigo el archiduque, quien le ofreció una jugosa renta vitalicia al momento de enviudar. Así describe el final de este episodio Rosa Montero: “Ulrika no se dejó comprar. Es decir, hizo lo contrario de lo que había hecho Goethe en su juventud”.


En la urdimbre de la obra de su vida, no cabe duda: Goethe es Fausto. Lo es desde el niño que le escribe a su abuela que esas son las primeras letras que recibe de él pero que pronto su pluma tendrá más destreza, hasta el ser conmovido porque Napoleón le dijera “Usted es un hombre, señor Goethe"; lo mismo el adolescente que quiso desentrañar al mundo que el poeta conmovido que le agradece a Schiller el impulso para concluir ese boceto de su vida que habia empezado cincuenta años atrás. Fausto es el ser arrepentido por el ansia de saber que carcome el alma, el eterno enamorado de la mujer como expresión de su amor propio y el frívolo individuo que se hinca y quita el sombrero en señal de cortesía o vasallaje. Goethe es quien prefiere la injusticia que el desorden. También el que disfrutó casi hasta el llanto a ese milagro al piano llamado Mozart de tan solo siete años, el que se impresionó con el ardor de Beethoven (al que decepcionó por su cortesanía). Fausto: “con todo eso no podrás menos que confesar que tu viste los más grandes personajes de tu tiempo, que en proezas rivalizaste con el más ilustre y que, augusto como un semidiós, pasaste los días de tu vida”.Y no solo eso: Das Veilchen (La violeta) fue compuesta por Mozart a partir de un poema de Goethe.


Me gusta Goethe: a diferencia de Tolstoi y Víctor Hugo, al desplegar su obra nunca buscó su propia purificación.


En el “Libro de la risa y el olvido”, Milan Kundera recuerda esta pregunta de Goethe: “¿vive el hombre cuando los demás viven?” y luego Kundera agrega que en esa pregunta se esconde el secreto de toda literatura: “Al escribir libros, el hombre se transforma en universo”. No hay duda: Fausto es universal y acaso por eso, en uno de esos escondrijos de la literatura, veo ahora mismo a Mefistófeles moviéndose agitado de un lado a otro mientras promete a un escritor la fuente de la eterna juventud.


Como sea, en sus artilugios para crear otra vida, el poeta develo la suya propia.


Larga vida a Goethe.


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